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Esta mañana, apenas arrancamos, más específicamente en la vecindad del pueblo de Santa Isabel, estamos sorprendidos por un tremendo cambio en los Andes.

Es cierto que desde tiempo atrás, que ahora no podríamos especificar cuándo fue, la vegetación, si bien no ausente, ya no era un ingrediente pintoresco. Pero recién desapareció repentinamente por completo; y también desapareció la estructura de terreno sedimentario sin rocas que le era subyacente. Hay una explosión rocosa todo alrededor, desde rocas rodadas en el suelo hasta las imponentes murallas de la cordillera. Y hay una super-explosión de colores. Haría falta una comisión de cromólogos para ponerse de acuerdo en la definición de cada tinte. Dicho a nuestra manera, vemos ocre, siena, tiza, herrumbre, borravino, naranja, rosado, verdete, lila claro, lila oscuro, amarillo, mostaza, pizarra, sangre, limón. Y cada uno de los susodichos colores, y otros que no se nos ocurre cómo llamar, en varias gradaciones de matices.

Pero ya nos pasamos demasiado tiempo aquí. Tenemos que apurarnos, la frontera nos espera; más exactamente, el vencimiento del permiso del coche nos aprieta.

Ah, pero no.  Estamos parados otra vez.

Estamos frente a la sorprendente aparición de una estratificación de conchas casi milagrosas por su blancura y su estado de conservación. Muchas de ellas, totalmente íntegras y perfectas. Conchas en lo alto de montañas es cosa común y conocida, pero en este estado de conservación y blancura, por lo menos a nosotros nos sorprende sobremanera.



¡Concha tan enterita a 1.000 metros de altitud!

Pero adelante; el apuro de llegar a la frontera.

Ah, pero no. Parece que las cosas se están ligando contra nosotros. Estamos otra vez parados.

Esta vez, estamos frente a algo mucho menos plácido que colores minerales o conchas fósiles. Detectamos, en toda la superficie de un farallón, una colonia de centenares de nidos de avispones, colgando en panales triangulares de cualquier pequeña rugosidad en la roca. Nos paramos para observar con mucho interés y mucha cautela, desde lejos.

Ahora sí, no nos detendremos, a no ser por un plato volador.

Ah, pero, estamos parados otra vez.  Y esta vez, quiérase o no.