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Legenda que nos da una idea. Quizás el arroyo sea solamente estacional, y en ciertas épocas se pueda penetrar en la cueva sin natación heroica.

Se está haciendo tarde, vamos a pernoctar aquí mismo.

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\QT/  En un sesquidía estamos de vuelta otra vez en Quito.
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En camino, pernoctamos un poco antes del lugar llamado Baeza que, en el mapa, figura como todo un pueblo pero que, en la realidad, no lo es.

La zona de Baeza es una zona lechera, lo que se hace evidente tanto por las vacas que pastan en los prados de altura como por los muchos tarros de leche esperando su entrega, enfriándose sin complicaciones tecnológicas en pilas de agua fría por naturaleza.

En Baeza, nos encontramos nuevamente con el épico oleoducto transecuatoriano. El oleoducto es, como ya apuntado, una hazaña tecnológica, pero, mirándolo bien, es un juguete desatendido: que sea de tamaño chico es muy respetable, porque cada cual conoce sus posibilidades y necesidades propias, pero que se lo deje herrumbrar y se lo deje cubrir de lemas políticos a la imagen de todas las paredes desde México para abajo, en vez de tenerlo bien pintadito con una capa de aluminio, ya no es respetable; solamente las estaciones de bombeo dan una impresión de prolijidad.

Después de Baeza, empezó el ya conocido jueguito de una larga, larga, ardua subida, finalmente seguida por una larga, larga, ardua bajada. De los 400 metros de altitud donde nos encontrábamos en Misahuallí, llegamos a diez veces dicha altitud: 4.000 metros. La subida fue lenta y laboriosa, pero por un paisaje cambiantemente hermosísimo, con una topografía digna de la cordillera de los Andes, además cubierta de bosques exuberantes sin solución de continuidad hasta una altitud sorprendentemente elevada, y otra vez, hilvanada con numerosísimas cascadas, surgiendo, más de una vez, de la cima misma de los cerros, haciéndonos maravillar otra vez de dónde podría salir tanta agua tan cerca de la cima.

Fue recién al llegar a los 3.500 metros que empezó a reimponerse el páramo.

También, a medida que subíamos, aparecieron nuevamente los típicos Quechuas. ¿Por qué será que cierta gente, como ésta por ejemplo, trata de conservar, o simplemente conserva por naturaleza, su personalidad e individualidad, a pesar de vivir en contacto directo con una sociedad diferente, y otra gente, como los Shuar o los Huagranis, se derritió como nieve al sol en presencia de la cultura foránea?