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caqueteo, mientras nuestro gallo se caía desesperadamente cada uno de los diez o quince metros de la altura del árbol, rama por rama, sin lograr agarrarse de ninguna.  Mientras tanto, las gallinas seguían acomodándose.

Y mientras tanto, según descubrimos, otro gallo estaba trepando de rama en rama hacia un dormitorio digno de un gallo. Eventualmente, el gallo número dos logró llegar a la última ramita y, lo que es más, logró quedarse ahí. Y eventualmente, el gallo número uno volvió a subir al árbol, rama tras rama, pero esta vez, probablemente con gran daño y perjuicio para su orgullo, se instaló tranquilamente en la misma rama que las gallinas - y sin atreverse a acercarse demasiado, después de semejante infortunio para su vanidad.

Recién observamos las inmediaciones de nuestro dormitorio. Vimos que la desolación de las montañas es solamente relativa; vimos dos chanchos, las famosas gallinas, y los famosísimos gallos, palomas, unas vaquitas, una huerta, y un campito de maíz, de apariencia muy reducida en esta inmensidad pero que, con todo, mide unas dos hectáreas, una superficie no desdeñable.

Estamos viajando, y ahora sabemos a posteriori dónde dormimos: antes de la aldea de Pangor, alias Juan de Velasco; no es éste el primer caso de una localidad con doble topónimo; ya tuvimos casos cuando preguntamos direcciones y cuando la gente no conocía el nombre que mencionábamos, y cuando, luego, descubrimos que ellos y nosotros hablábamos del mismo pueblo pero ellos por un nombre y nosotros por otro, ambos válidos.

Estamos a 3.200 metros y subiendo; empero, dominados por grandes macizos bastante altos; todo se ve verde, con los increíbles cultivos en forma de marquetería casi vertical que vimos por primera vez en Colombia.

3.700 metros y subiendo. Sin embargo, hay todavía cumbres por encima de nosotros.

Empezó la vegetación de pasto, a la vez delgado y duro, de páramo. No más cultivos. El camino sigue infrahumano, con pedazos bien lisos, y repentinamente pozos que obligan a casi detener la marcha y rearrancar, con la dificultad de la pendiente.  Ningún animal doméstico.

Tampoco se ve, y tampoco vimos hasta ahora en ninguna parte de los Andes, animales al natural, ni siquiera de los muy visibles como ser pájaros; quizás es éste un aspecto práctico de la noticia que escuchamos el otro día por ondas cortas de que el Perú tiene ahora un cóndor adicional, mandado generosamente por un parque zoológico de Vespuccia.

3.800 metros. Parece que alcanzamos una cresta. Mientras el camino se está deslizando más o menos horizontalmente, tenemos tremendas vistas por todos los >>>>>>>>