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   Un arqueólogo especuló que sería para cubrir, no contener, algo; otro arqueólogo especuló que habrían sido objetos ya rotos durante la vida del difunto y propiedad de él por lo que habrían sido incluidos en el entierro.
  
   Vimos cómo este conjunto de brazo doblado y viático mortuario fue objeto de una sesión de fotografías como una estrella de cine. Luego, se recogió los elementos de la ofrenda; toda la tierra alrededor y debajo y adentro fue colocada en bolsas de plástico, con una bolsa por separado para la tierra debajo, otra por separado para la tierra alrededor, otra por separado para la tierra adentro; y, finalmente, cada pedazo de la ofrenda fue envuelto reverentemente en una hoja de aluminio, y a su vez ésta, sellada en una bolsa de plástico.

   Ahora, la ofrenda mortuaria ya no está más; pronto, cuando se habrá escarbado todo el esqueleto, éste también desaparecerá en algún cajón de laboratorio; así es el imperativo destructivo-analítico de esta arqueología no-arquitectural.

   Sí, dice Božka, pero estos muertos se quedaron miles de años descansando en paz, lo que ninguno de los muertos de hoy puede atreverse a esperar, y estos muertos se fueron al otro mundo provistos de ofrendas y viáticos, mientras que a los muertos de hoy se les saca todo, se los entierra pelados.

\_ En otra excavación, un arqueólogo - debe de ser con alma de solitario y/o penitente - está haciendo un sola cosa, una sola, hora tras hora, día tras día, aburrida por su proceso, meticulosa por su propósito, y polvorienta: está excavando metros cúbicos de tierra, se entiende que no con pico y pala sino con cuchara y cepillo, y zarandeándolos, en busca de pequeñas bolitas negras que, la mayoría del tiempo, resultan ser nada, pero que, quizás una vez en todo un día, o con mucha suerte, tres o cuatro veces en un día, resultan ser el tesoro buscado: un poroto quemado, un frijol quemado.

   ¿Un poroto quemado?

   Sí, porque es la única forma en la cual un poroto, o cualquier grano, pudo haber sobrevivido los milenios, en forma carbonizada pero no totalmente destruida; cada vez que una cocinera de aquellos tiempos quemaba un poroto y lo dejaba tirado por ahí, estaba preparando las delicias de los arqueólogos de hoy. Y cada poroto o grano así encontrado se guarda meticulosamente en una bolsita de aluminio, como algo de otro planeta, para ser medido, pesado, analizado.

   Y sí, porque, por sus características, se puede deducir si era salvaje o cultivado, por lo tanto si había solamente recolección de frutos o si había agricultura; también, comparando tamaños y otros factores en diversas capas en diversos sitios, se puede seguir una posible evolución de domesticación y mejoramiento de cada especie.