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museos, para vender los esqueletos, cada uno en un solo pedazo, para ser expuestos con el debido honor al debido público en dicha o dichas instituciones.  Así que, pronto, ni eso habrá aquí en Valdivia.

Por otra parte, Valdivia ya estará saqueada, pero, en lugares un poco más alejados, hay todavía un sinfín de restos arqueológicos; parece que, a lo largo del valle del río Valdivia no más, hay entre 100 y 150 sitios; así nos explicó otro lugareño, quien nos dijo que, pasado mañana, pensaba ir a guaquear, no aquí pues, ya que nada queda, sino a dos horas de Valdivia, y que podríamos ir con él, a ver cómo hace. No sabemos si creerle. Demasiada gente tiene demasiado poca continuidad en sus pensamientos. No sabemos si arriesgar dos noches y un día de espera para ver qué hace una veleta. Nos vamos a alejar de Valdivia hacia el sur.

Estamos en el pueblito de Colonche. Aquí, pasaremos la noche, frente a la iglesia; ni siquiera hay policía, como tampoco hubo policía, ayer, en Manglaralto.  Mañana, decidiremos si volveremos a Valdivia o no.

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Hoy volvimos, sin mucha convicción, mejor dicho sin ninguna convicción, a Valdivia. Era una elección entre arriesgar perder tiempo y arriesgar perder una oportunidad aleatoria. Decidimos arriesgar perder el tiempo. Averiguamos que el hombre, hoy, efectivamente está en Guayaquil, como había dicho, así que, por lo menos esta parte de los acontecimientos, se está cumpliendo como prevista; quizás sea cierto que regrese esta noche y que mañana vaya a guaquear.

Recién volvimos al patio de los muertos alegres. Allí, hablando un poco de todo, nos enteramos de que, con la esperanza que tienen de concretar un negocio con algún museo, pensaron que cuanto más muertos tanto más alegría, y se les ocurrió la idea de escarbar otros sitios del patio, donde no saben si hay, pero lógicamente podría haber, más esqueletos, y piensan empezar, no saben si mañana o pasado, y tenemos el permiso de estar presentes para seguir las operaciones. Así que, ahora, tenemos el problema de cómo maniobrar para asegurarnos una de estas dos posibilidades aleatorias, sin perder una por la otra, y, finalmente, quedarnos sin ninguna.  Veremos.

Recién, estábamos deambulando a paso de tortuga cuando, de un almacén, donde el hombre vende cigarrillos por unidad, incluyendo un fósforo por cigarrillo, y fideos por puñado, el hombre nos hizo grandes ademanes para que nos acercáramos. Quería vendernos algo, pero ni cigarrillo por unidad, ni fideos por puñado, ni gaseosas, ni golosinas. Nos quería vender una cabeza, dijo. Karel le dijo que ya tenía una. De todos modos, sacó de entre su pulpería una bolsa de plástico con una calavera en cien pedazos, fresquita - o sea vieja, >>>>>>>>