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Nos hicieron notar lo que no habíamos notado, o por lo menos a lo que no habíamos dado debida importancia, a saber que el terreno estaba mayormente bajando en la dirección en la cual viajábamos, y por lo tanto mayormente subiendo en la dirección contraria, por lo que, con el barro como estaba, era muy difícil en la dirección en que íbamos pero imposible en la dirección opuesta. Lindo descubrimiento. Y ¿cómo podían habernos dicho todos aquellos que consultamos que el camino estaba seco? ¿Inconsciencia, irresponsabilidad, qué?  Tuvimos que seguir.

Eventualmente, apareció otro ingrediente en el jueguito; la huella - o el canal de barro si se quiere - empezó a dividirse, de vez en cuando, en dos ramales - o en dos canales de barro si se quiere - sin manera de saber, a primera vista, cuál de los dos era el más impasable y cuál, el más probable, o si, acaso, uno de los dos, simplemente, terminaba sin salida. Cada vez, tuvimos que parar - aun sabiendo muy bien que así perdíamos el beneficio del movimiento adquirido y nos metíamos en el peligro de no poder re-establecer movimiento; cada vez, Karel tuvo que chapotear a reconocer el terreno a pie en ambos ramales para tomar la decisión por dónde ir, porque meterse en un ramal sin salida significaría que estaríamos perdidos en la soledad de una huella por donde nadie pasaría jamás, y sin manera de retroceder.

Aun quedándonos en la huella con salida, la cosa era muy precaria, para no decir peligrosa, porque, con las frecuentes lluvias en esta zona, en caso de quedarnos trancados o con un desperfecto mecánico, era muy dentro de lo posible que empezase a llover, que nadie pudiese pasar, ni en una dirección ni en la otra, durante días sino semanas, y que nosotros estaríamos atrapados en el medio del barro solitario sin más ayuda que la de Dios.

Pero seguramente la ayuda de Dios la recibimos porque no hay cómo explicar cómo no rompimos un elástico, cómo no se dañó un diferencial - porque, naturalmente, nos arrastramos en doble transmisión - cómo logramos trepar las no muy numerosas pero bastante empinadas y tremendamente resbalosas lomas. Hay que decir que nuestra doble transmisión se portó muy bien, sin ella estaríamos todavía allí en la soledad, en la oscuridad del barro alcanzando más alto que los ejes. Seguramente muchas situaciones hubiesen resultado en una fotografía dramática pero todo era demasiado dramático de verdad para tener el valor de parar para fotografías dramáticas.

Naturalmente, todo alrededor nuestro había una vegetación tropical tupida. Es por ella que, eventualmente, tuvimos el primer indicio de que nuestra odisea tocaría pronto a su fin; notamos que la vegetación empezaba a hacerse un poquito más bajita, un poco menos tupida, y ello fue el indicio para nosotros de que la humedad iba disminuyendo; efectivamente, la vegetación se fue volviendo todavía más rala, más pequeña, y finalmente, vislumbramos en la distancia una ladera con tan sólo pasto; sabíamos que ya teníamos el infierno detrás de nosotros; en una corta distancia más, vimos un chancho negro en el >>>>>>>>