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Ah, cambió otra vez el panorama, pero seguimos viéndonos en Panamá; esta vez, en el camino hacia Cañazas: la misma topografía más o menos llana; la misma vegetación, mezcla de árboles altos, aislados, restos de bosques desmontados, y de trabajos agropecuarios, con los mismos cebúes - pero, aquí, con grandes plantaciones de bananas, de papayas y de cacao; el mismo calor; los mismos loros vociferando agresivamente entre sí con cada batir de alas; las mismas casas de paredes de caña, o material similar, posadas en pilotes bien encima del suelo; hasta el camino mismo es una réplica del camino entre Chepo y Cañazas, si bien nos lo acordamos, alternando, perfectamente inexplicadamente, con trechos de 100 metros, ó 200, ó 50, asfaltados, y otros trechos de igualmente inconsistentes longitudes, empedrados y revueltos como para pruebas de aguante.


Zebú, antes de Chone

Pueblo de Chone. Por información recogida desde que llegamos a Ecuador, y aquí mismo, estamos otra vez en zona de cuidado en cuanto a seguridad personal; nada de románticas noches en la soledad y la belleza del descampado; vamos a pernoctar, lamentablemente, cerca del puesto de policía.

A primera vista, parece una ciudad, si no controlada por mujeres, por lo menos dando igual oportunidad a las mujeres; en este pueblo comparativamente pequeñito, vimos tres rótulos profesionales de doctoras - una cirujana, una odontóloga y una abogada, eso, al azar de las pocas cuadras que recorrimos; ¿cuántas más quizás puede haber en las muchas cuadras donde no pisamos?

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Pasó la noche; lo que, empero, no quiere decir que dormimos. Siempre ruidos, desde el bullicio de algún grupo de gente hasta los estruendos de motores, preferentemente en mal estado de funcionamiento. Finalmente, a eso de las cuatro y media de la madrugada, culminó la noche - o lo que tenía que haber sido la noche - al ritmo, y con las melodiosas armonías, de una marcha de Souza, perfectamente ejecutada - en ritmo, en calidad de sonido, en matices de expresión; era evidente que se trataba de una grabación de primerísimo orden por una de las bandas ceremoniales de Vespuccia, tocada en un sistema de sonido sorprendentemente eficiente y perfecto; nos preguntamos si ésta era la manera de todos los días de despertar el cuartel de policía. Entonces, sin presagio, la música fue inundada por una ráfaga de arma automática; nos alertamos, pensando en alguna guerrilla, pero de inmediato nos recordamos que no estábamos en Colombia sino en Ecuador, y como, de todos modos, la música seguía, dejamos de preguntarnos qué pasaba y solamente disfrutamos de las bellas sonoridades, con más ráfagas de arma automática de vez en cuando. Y siguió otra marcha. Decidimos levantarnos para mirar por el portón del cuartel qué sistema de sonido era ése. Ah, pero la música no provenía del cuartel, venía de otra calle, del otro lado de la manzana; ahí fuimos; y ahí nos >>>>>>>>