español english français česky

resultados en los varios sitios no sean idénticos entre sí sino diametralmente extremos, diluvio o sequía; con un solo denominador común en ambos extremos, su intensidad.

Abrumador.

. .
*

No salimos ayer, sábado, sino que estamos por salir ahora, antes del amanecer de este día del Señor, a Santo Domingo de los Colorados.

Creíamos que el camino sería todo cuesta abajo, pero, primero, tuvimos que subir a más de 3.000 metros; es recién ahora que estamos bajando y bajando. La topografía es, como era de esperar, muy montañosa, como una gigantesca hoja de cartulina arrugada en todas las direcciones.

3.300 metros y bajando. En contraste con lo visto hasta ahora en la Cordillera ecuatoriana, todos estos pliegues y repliegues están profusamente tapizados de vegetación - quizás no muy alta pero tupida.

2.550 metros. La carretera resulta bastante buena; muchas veces, dentro de nuestra vista por muchos kilómetros por venir, como un gigantesco juguete que trata de impresionar; pero, en este caso, no es un invento fantástico, es una necesidad.

Laderas se yerguen hacia arriba, laderas se precipitan hacia abajo.

Primeras palmeras, primeros bananos.  Hermoso paisaje.

1.200 metros. Nos estamos aligerando la ropa, pieza por pieza. Los mismos pisos térmicos según las altitudes, desde hielos eternos en las cumbres hasta calores eternos en los bajos, como en Colombia, con la diferencia, sin embargo, de que los bajos costeros ecuatorianos están un poco atemperados por la corriente fría Humboldt.

1.000 metros. La grandeza cordillerana dio paso a una amabilidad serrana; no más ponchos abrigados; camisas y vestidos livianos. El declive de la carretera se volvió menor, pero seguimos bajando.

800 metros, y bajando. Según nuestros cálculos, falta bajar 500 metros más. Aparecieron bosques de bambú.  No vimos cafetales hasta ahora.

Cuando salimos de Quito, cruzamos el épico oleoducto transecuatoriano que lleva petróleo de los bajos de la selva amazónica al puerto de Esmeraldas, >>>>>>>>