español english français česky

La simple verdad es que llegamos a Inzá, y que estamos estacionados para la noche - ¿dónde? de vuelta en nuestro ya conocido rinconcito frente al Parque Arqueológico de Tierradentro, con toda la tranquilidad de las dos noches anteriores y que, esperamos, será de las dos noches por venir.

En Inzá, no fuimos desviados de nuestra proyectada trayectoria por culpa del mercado - porque lo único notable que tiene este mercado es que es perfectamente innotable - sino por un encuentro fortuito. En el mercado, se nos acercó un hombre a quien no habíamos pedido nada, que ni siquiera habíamos visto, y con toda buena voluntad y amabilidad nos mencionó que había un museo muy interesante de cerámicas precolonenses - precolombinas, dijo él, claro - allí a una cuadra.

Más para cumplir que por convicción, fuimos. En el museo - más una sala de depósito que un museo de verdad, con unas 200 ó 300 piezas - encontramos que muchas piezas tenían de verdad gran interés; pero que lo más interesante era el fundador del museo, al mismo tiempo su celador, así como también guaquero profesional con 30 años de experiencia, descubridor de todas las piezas depositadas, y descubridor de muchas más, vendidas al correr de los años a entidades oficiales y otras, inclusive al Museo del Oro de Bogotá, el propio hombre que nos había hablado y nos estaba hablando. Como siempre cuando se habla con un experto en alguna materia, fue muy interesante, y fue un placer escucharlo hablar.

Entre otras cosas, no dejó lugar a dudas que los arqueólogos son lombrices de libros, totalmente perdidos e ineptos en el terreno; nos contó dos casos idénticos, entre otros. Un caso, cuando un equipo de arqueólogos se quedó buscando cuatro meses en un sitio; y otro caso, cuando otro equipo de arqueólogos buscó seis meses en otro sitio; sin encontrar, ni uno ni otro, absolutamente nada; y cuando, luego, fue él, descubrió muchas guacas en ambos sitios.

Nos comentó algunas de las piezas expuestas, destacando ciertos detalles que nosotros nunca hubiésemos visto. En varias de las piezas almacenadas - de color claro porque el color claro se prestaba más - nos mostró un salpicado de pequeñitas manchas negras, explicándonos que son los residuos del contacto de la cerámica con el cuerpo del finado. Fue la primera vez que tocamos cerámicas precolonenses con nuestras manos.



En el museo de Inza

También nos mostró una nariguera de oro, la más grande, nos dijo, de cualquiera encontrada hasta el presente, y más grande, por lo tanto, que cualquiera de las que tiene el Museo del Oro de Bogotá. La más grande, pero no necesariamente la más pesada; porque esta nariguera, justamente para permitirse su gran tamaño en circunferencia, es de oro en forma foliar delgada, mientras que hay comúnmente narigueras de oro en forma tubular, que, a circunferencia menor, pueden llegar a pesar tanto o más que ésta, y a circunferencia igual a esta nariguera, serían de peso insostenible para la >>>>>>>>