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- En un segundo sitio, la misma historia.
- En el tercer sitio, tenían aceite para 20.000 kilómetros - por lo menos así lo afirmaba por escrito el rótulo de la lata; pero, hablando, hablando, nos enteramos de que los filtros para aceite colombianos son buenos solamente para 3.000 kilómetros, después de lo cual se desintegran - entonces, para qué, les dijimos, sirve un aceite para 20.000 kilómetros si el filtro se desintegra a los 3.000 kilómetros.
- En otro sitio, tenían la dichosa aguja de engrase pero no tenían el tipo de aceite necesario para los diferenciales - la pura verdad es que el engrasador no sabía muy bien qué es un diferencial: quiso asegurarnos, con toda la autoridad de un engrasador, que los diferenciales ya vienen sellados de fábrica y no necesitan más lubricación.
- En otro lugar, tenían, de manera inexplicable, un filtro de aceite importado o sea para 24.000 kilómetros, según nos aseguraban en contra de nuestra incredulidad, pero no lo tenían en el lugar de engrase sino en una oficina en el centro de Bogotá, y no tenían la aguja y ya ni sabemos qué más.
- Y así sucesivamente.

Primero, fue contrariedad, luego, fue enojo, luego, fue incredulidad; del último sitio, salimos con una risa ligeramente histérica. Parece mentira, pero nos llevó todo el día esta tragi-comedia de las imposibilidades.

Hoy, le pusimos punto final, si no ideal, a la situación, haciendo engrasar el vehículo donde tienen la famosa aguja, pero decidiendo dejar el cambio de aceite para algún otro lugar menos problemático, quizás - no cuesta nada tener esperanzas - en Quito. Es increíble que, con un producto de tecnología tan simple como un filtro de aceite, en un país no se logre fabricar filtros de más de 3.000 kilómetros de eficiencia cuando, en otros países, se los fabrica con eficiencia de 12.000 kilómetros.  Bien increíble.

Mientras tanto, estamos disfrutando otra vez las delicias de la radiodifusión bogotana.

¶ La música clásica predomina como siempre, y como siempre trae sorpresas: escuchamos a Chopin, pero no fueron valses ni baladas, fueron obras vocales; escuchamos a Khachaturian, pero no fue la Danza de los Sables sino un trío.

También escuchamos, lamentablemente no bastante frecuentemente, música llanera, o sea de los Llanos orientales de Colombia, una música de canto y guitarra muy sui-géneris, con el acompañamiento tercamente monorítmico, y el canto más bien como declamación sin relación evidente con el acompañaniemto, siendo la temática, de pajonales, abejas, mamones, tonadas, pájaros, viento, atardeceres, amaneceres.

¶ También escuchamos un programa de música paraborigen, y descubrimos con agrado que no se limita a música paraborigen de Colombia sino que abarca >>>>>>>>