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tanta buena música, y hay que apagarla toda porque las transcripciones, naturalmente, tienen prioridad.

  Lo que sí falta es programas informativos del tipo vespucciano, se entiende en su forma, no necesariamente en su contenido.

> Mientras tanto, Božka está descubriendo las novelas de Gabriel José García Márquez.

> Desde que estamos en Bogotá, siempre llueve o llovizna intermitentemente; si bien, a veces, menos de un minuto, y frecuentemente, sobre solamente partes de la ciudad mientras en otras partes se ve nubes claras o un cielo azul; a veces, la llovizna es tan fina que parece más bien como vapor condensado en suspensión en el aire. No es éste un cielo donde mirar, y menos admirar, estrellas, incluso la nuestra; pero cuando el Sol sale unos minutos, es fuertísimo, un verdadero horno.

  El aire llega a ser diáfano, pero solamente gracias a las lluvias y al viento: en los días cuando, por alguna razón, no llueve, en seguida se yergue la hidra de la contaminación; aquí también, las sierras sirven de contaminómetros implacables.

>  Tuvimos una entrevista con un diario.

> Seguimos viendo con renovada incredulidad la rabia, la mala educación y la estupidez del tráfico de Bogotá. Ya tenemos la curiosidad de ver qué tal será el tráfico en Quito o Lima u otras capitales.

> Los taxis de Bogotá son otro misterio, otro exponente de la falta de organización.

  Varias veces, para evitarnos el enojo del tráfico, o ante la imposibilidad de dejar nuestro vehículo solo en algún sitio otro que la Ciudadela Comercial, fuimos al centro de Bogotá en taxi, dejando nuestro vehículo en la fortaleza del estacionamiento de la providencial Ciudadela Comercial.

  En Bogotá, se puede tomar un taxi ya por precio fijo convenido de antemano o por la tarifa del medidor; si bien no todos los taxis tienen medidor, o medidor que funcione, y no todos los taxistas aceptan viajar a precio fijo convenido. Así que, al parar un taxi, nunca se sabe de antemano cómo habrá que bailar. Además, dentro de cada modalidad, impera una arbitrariedad imprevisible fenomenal.

  Varias veces, recorrimos exactamente un mismo trayecto por el sistema del arreglo fijo previo; el precio más barato que quisieron cobrar, y que pagamos, fue de 200 pesos, el precio más caro que quisieron cobrar, y que no pagamos, fue de 400 pesos, y hubo varios precios intermedios entre estos dos extremos, que tampoco pagamos.