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coche, y previa devolución, a la salida, del mismo comprobante, por el conductor a los encargados - no aparece el comprobante, no sale el coche.

  ▪ Además, dentro del parqueadero mismo, hay siempre una nube de vigilantes uniformados, algunos, a pie, para tener un ojo detallista en cada vehículo, y otros, en bicicletas, para moverse rápidamente de lugar en lugar, de manera que es imposible estar fuera de vista de uno o varios de ellos.

  ▪ Pero el colmo es que la administración de este centro comercial - que, incidentalmente y, por lo visto, apropiadamente, se llama oficialmente Ciudadela Comercial - a la vez que trata de proteger a sus clientes de los delincuentes, tiene que protegerse de sus clientes: vimos un empleado yendo de coche en coche estacionado, anotando aquellos que no tenían radio para que los dueños no puedan decir que la radio les fue robada en el predio de la empresa.

    Todo ello es una bendición para nosotros porque es por todo ello que tenemos la agradable posibilidad de dejar ahí nuestro vehículo solo, por ejemplo para cuando visitemos el Museo del Oro.

▪▪ Hablando de delincuencia, en la oficina desde donde nos comunicamos el otro día con Nueva York, las empleadas nos comentaron que los relojes y los adornos que llevan mientras trabajan en la oficina se los quitan todos para salir a la calle. También nos advirtieron de tener mucho cuidado al cambiar dinero en una casa de cambio porque hay delincuentes que se fijan y luego asaltan. Justamente hoy cambiamos dinero, agregando esta advertencia a nuestra circunspección natural.

▪▪ Incidentalmente, entre el primer cambio de moneda colombiana que hicimos al emerger del Darién y este cambio, hubo una devaluación del peso colombiano tal que por la misma cantidad por la cual recibimos la primera vez 102 pesos colombianos, hoy recibimos 125.

▪▪ Descubrimos que, en realidad, no estamos pasando nuestras bucólicas noches en Bogotá sino en Usaquén, un pueblito que era un pueblito típico con sus pequeñas calles, su iglesia, sus pequeños negocios, su pequeña estación de policía, pero que, ahora, va siendo cercado y tragado por los tentáculos del crecimiento de Bogotá; un caso como los hay muchos del pez grande que se va comiendo el pez chico.

▪▪ Finalmente, rememorando el camino de Zipaquirá a Bogotá, vimos en él un nombre de negocio que todavía hoy nos deja perplejos: El Hueso Perdido - y ¿qué era el negocio? ... un restaurante; todavía no vemos la relación, ni siquiera chistosa.

▪▪ Ah, sí, nos íbamos a olvidar. Tenemos para el lunes a la mañana, o sea dentro de tres días, una cita con el director del Museo de Ciencias Naturales >>>>>>>>