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Sopla un viento seguido y frío. Empezamos a redescubrir la agradable sensación de cerrar las ventanillas del vehículo y sentirnos protegidos contra el frío y el viento exteriores.

Tunja.

Al alcanzar Tunja, hemos alcanzado el territorio de los antiguos Chibchas; pero era Bacatá - origen de la palabra Bogotá de hoy - el centro de sus dominios.

De Tunja, teníamos la información de que es una ciudad muy colonial. Podemos decir que no tuvimos ninguna dificultad en vernos envueltos en grandes extensiones de las consabidas barriadas prefabricadas modernas, pero sí tuvimos dificultad en encontrar la Tunja muy colonial: hay, es cierto, unos edificios, quizás un par de cuadras, coloniales, pero sin ninguna personalidad, y mezclados con edificios del más puro estilo paralelepipédico moderno, y con antenas de micro-ondas. El pueblito de Aratoca, donde dormimos anoche, es genuinamente colonial. Aun las ciudades no muy coloniales de México las vimos mucho más coloniales que esta Tunja.

También, según nuestra información previa, la capilla del Rosario en la iglesia de Santo Domingo es una obra maestra; la vimos, y nos parece que es simplemente una obra, sin lo de "maestra"; no está mal, pero no es mejor que docenas y docenas de capillas por todos los lados.

Otra fama que no se justifica.

Nos sorprendió la noche, estacionados en la plaza principal de Tunja, y es donde decidimos quedarnos para pasarla.

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Esta noche, redescubrimos la sensación de dormir agazapados debajo de frazadas, y esta mañana, de ponerse ropa de lana con mangas largas para protegerse del aire fresco matutino. El ambiturómetro nos da la explicación: la mínima, esta noche, fue de nueve grados; qué contraste con las mínimas de hace sólo unos pocos días.

Ayer, cuando ya acostados, al prender la radio, tuvimos la inefable sorpresa de sentir nuestras fibras auditivas y sensitivas aflojarse al son de música escuchable: primero, música de cámara de Beethoven, y luego, música folklórica de los llanos colombianos; fue como resucitar una parte de nosotros ya desde mucho dormida.

Y ahora, hacia Leiva.

Sí, no hay duda, estamos en los Andes. No tenemos por qué estar sorprendidos; sabíamos a dónde íbamos, que íbamos a encontrar los Andes; y sin embargo, no podemos dejar de maravillarnos.