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Empezaron a aparecer, pozo, malacate y tanque donde antes se cortaba el bejuco.  Y ríos empezaron a llevar más canoas.

La estrella de la Providencia iba guiándolos hacia las delicias de la victoria.

Con tiempo, en un lugar, brotó un almacén, en otro, una bodega, en otro más, apareció un trapiche, y en otro, un muelle de los bueyes, y en otro más, un muelle real; con más tiempo y más es fuerzo de frentes cárdenas, empezaron a aparecer, una villa nueva por aquí, un pueblo nuevo por allá - esta vez, con fuertes cimientos y buenas soleras - como centros de mercados y sedes de cofradía, donde las banderas podrían flamear en las brisas.

Eventualmente, hubo bastante tiempo inclusive para recreo, encuentros y placeres.

Entre los individualistas, uno empezó a tocar el realejo, otro prefería lira pura; uno cultivaba camelias, otro se enorgullecía de su rosal; uno, por goloso, mimaba su almendro, y otro, por igual razón, su capulín.

Entre la juventud, cada cual tenía su huera u otra sirena, y su sombrero negro de moda.

La mayoría, sin embargo, prefería tertulias debajo de encinos o cocos, o quizás de un cedro o de cinco pinos, mirando las nubes pasar.

Y entre los viejos, un viejo y un muy muy viejo, en compañía de un mico negro acurrucado en una rama, simplemente contemplaban los amores del Sol acostándose detrás de las colinas.

Con más tiempo para pensar, y mientras seguía surgiendo un carmen nuevo por aquí, un hato grande por allá, mientras los años pasaban, puntuados por fiestas de Candelaria y Corpus Cristi, mientras una ciudad ya se volvía ciudad antigua, un pueblo, pueblo viejo, y había casas viejas por doquier, la nueva sociedad desarrolló una consciencia de su existencia - de su origen espiritual, y llamó un pueblo, Valle de Jesús, y otro, Belén; de su origen geográfico e histórico, y llamó un pueblo, Valle de Colón; de su ubicación geográfica, y llamó un pueblo, América; de su lugar en la familia americana, y llamó un pueblo, Pan América - pero no pudo olvidar aquella tola rodeada por picapica, no pudo olvidar aquella otra sociedad del acogedor Nicarao, y por ello, todavía hoy, hay un pueblo llamado Los Caraos, y el país entero, con su mirada fijada en un futuro de libertad y concordia, sigue llamándose Nicaragua.«

En la mañana del tercer día, o sea esta mañana, sólo quedó costear la orilla del lago de Nicaragua en dirección a la frontera con Costa Rica.