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Aprovecharemos para quedarnos un rato más largo para - ah, pero, momentito, ¿qué es esto? Apareció en la curva de la ruta un jeep militar con todos los pertrechos, y el rótulo bien claro de Military Police - en inglés; ah, y ahora está apareciendo en la curva, siguiéndolo, todo un convoy de camiones militares, todos perfectamente anónimos, no pertenecen a nadie, ni a Honduras ni a Vespuccia; pero, ahora, en la cola del jeep de retaguardia, otra vez, el rótulo Military Police.

Como íbamos diciendo, ya que tuvimos que parar, decidimos quedarnos un rato más largo, para prepararnos para lo que esperamos no encontrar; para preparar unas raciones balanceadas de los alimentos no perecederos - por si, a pesar de lo que aseguró ayer el Hondureño en el consulado de Costa Rica, tenemos que pagar tributos de guerra.

Después de todos los caminos muy buenos de Honduras, salvo el trecho desde la frontera a Copán, estamos luchando en una carretera feísima que tiene tantos parches que, seguramente, no queda ni un pedazo del asfalto original.

Cruzamos otro convoy militar anónimo vespucciano, con el rótulo Military Police adelante y atrás.

Otra paradita de la policía.

En un terreno sorprendentemente llano y por carretera otra vez buena, pasamos por Choluteca, el último pueblo de cierta importancia antes de la frontera con Nicaragua.

Pensamos ir al consulado nicaragüense para enterarnos de lo último, pero ya no existe.

Decidimos, por lo tanto, que, en la frontera misma, antes de hacer los trámites de salida de Honduras, Karel pedirá permiso para caminar hasta el puesto de Nicaragua para olfatear el asunto antes de salir de Honduras.

También, compramos nuestra última nafta en Honduras. Hablando de nafta - en Honduras, como en Guatemala, no es el gobierno que impone sus leyes, de sistema métrico oficial por litros, sino que son los consorcios petroleros quienes imponen su voluntad, de vender por galones antiguados.

Mientras cargamos la nafta, se nos aproximó un hombre vestido de pantalón y camisa de civil y con un revólver metido en el cinturón, preguntándonos si queríamos comprar moneda nicaragüense; no le preguntamos qué era lo del revólver saliendo a medias de su cinto, pero sí le preguntamos qué cambio daba, para compararlo con el cambio oficial de cinco córdobas nicaragüenses por un lempira hondureño; cuando nos dijo su cambio, guardamos, o por lo menos esperamos que guardamos, una cara natural, pero no pudimos creer nuestros oídos; al rato, tuvimos que preguntarle otra vez: sí, cuarenta córdobas nicaragüenses por un lempira hondureño.