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Anoche, a las 23, hicimos un análisis de las ondas radiofónicas en frecuencia modulada, y lo propio hicimos, esta mañana, a las 5.

Anoche, encontramos: ninguna estación con música clásica; ninguna, con programa hablado; dos, con música innocua internacional mielosa; dos, con canciones de palabras y música hispanas; una, con canciones de palabras hispanas pero espíritu vespucciano; y seis emisoras, con canciones de idioma y de estilo puramente vespuccianos; nos sentimos transportados lejos en tiempo y en espacio, cuando estábamos en Vespuccia.

Esta mañana, nos encontramos, con un programa de valses vieneses; con ninguno, hablado; ninguno, de la música mielosa internacional; tres, de canciones hispanas en palabras y espíritu; uno, con canciones de palabras castellanas pero de espíritu vespucciano; y dos, totalmente vespuccianas en palabras y espíritu.

La comparación de los datos de anoche y de esta mañana podría prestarse a la interesante pregunta de por qué, la diferencia.

Al terminar el análisis de esta mañana, volvimos a la estación del vals vienés, y seguía con más valses vieneses; tuvimos valses vieneses ininterrumpidos hasta las 6; a esa hora, se identificó la estación como la estación cultural, y empezó un programa sobre la mal-llamada inteligencia artificial.

Llegamos a San Antonio a eso de las 7, justito al mismo tiempo que Dios.

El pueblo se encuentra en una hondonada entre los cerros; y desde la altura desde donde lo divisamos alrededor de su iglesia, también ya escuchamos la palabra de Dios tronando por el valle, no sabiendo muy bien si venía desde arriba o de los altoparlantes de la iglesia.

Estamos muy contentos de haber llegado con Dios y antes de los turistas. Por la larga calle de acceso a la plaza de la iglesia, vimos docenas, probablemente un centenar, de escaparates todavía vacíos, y nos pudimos imaginar, demasiado bien, el futuro amontonamiento de tejidos de todo tipo, forma y color, para los turistas.  Fue mucho mejor así.

Y luego, en la plaza de la iglesia, tuvimos la rara oportunidad de ver lo que los turistas nunca ven, la misa matutina del domingo: la iglesia, con sus puertas abiertas de par en par, ya totalmente colmada, las mujeres, a la derecha de la nave, los hombres, a la izquierda, las mujeres, arrodilladas, los hombres, de pie, las mujeres en su indumentaria paraborigen, los hombres, en la vestimenta impersonal de hoy; corrientes de feligreses todavía apurándose de todos los lados como arroyitos que se van juntando en un río, éste, a su vez, desembocando en un lago; no había más lugar en la iglesia, por lo que los feligreses se quedaban en la plaza, las mujeres, arrodilladas en el >>>>>>>>