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primera emisora, desde nuestro efímero contacto con la radio de la Universidad Nacional Autónoma en la ciudad de México, en ofrecer algo inteligente para nuestro sustento intelectual.

Cuando nos desayunábamos, paró cerca de nosotros un camión; sus cuatro ocupantes empezaron a juntar algo debajo de un árbol frondoso, unas chauchas con un tipo de habas. La fruta del tamarindo, según nos explicaron; y siguieron explicando que, para hacer un refresco. ¿Cómo? Se saca las habas de las chauchas, se las pone a remojar en agua unas horas, se les agrega azúcar, y ahí está el refresco.

Entre sí, hablaban un idioma que nosotros no entendíamos; el idioma tzotzil, según nos dijeron. Así, nos encontramos con nuestros primeros Mayas; pero cualquier contacto que tengamos con los Mayas en esta parte de la Expedición será, tendrá que ser, solamente incidental; esperamos nuestro gran encuentro con las antiguas civilizaciones mayas, a nuestro regreso, si Dios quiere, dentro de quizás dos años.  Todavía queda por ver cómo arreglaremos todo ello.

Desviamos hacia tierra adentro, hacia Tuxtla Gutiérrez. Lo único que hacemos, desde esta mañana, es subir y subir y subir con las curvas de siempre. La llanura del golfo de Tehuantepec quedó solamente como un recuerdo.

Atrás nuestro, al pie del paredón, muerto yace el mar. ¿Chiste pesado? De ninguna manera. Atrás nuestro hay una bahía casi oclusa, y en la boca de la bahía hay un poblado. La bahía se llama Mar Muerto, el poblado se llama Paredón. Cualquier mapa detallado atestigua que el Mar Muerto yace al pie del Paredón.

Lamentablemente, con la salida del Sol, el contacto con la radiodifusora de Guatemala quedó interrumpido.

Es grato mencionar que, desde hace unos cuantos días, quizás desde la vecindad de Acapulco, los camiones y los autobuses no envenenan más el ambiente con su ruido y sus emanaciones; la carretera se ha vuelto civilizada.

Pasamos del estado de Oaxaca al de Chiapas, uno de los estados colindantes con Guatemala.

Estamos a un paso, pues, del conflicto bélico centroamericano, que durante tanto tiempo nos enfrentó como una sombra de preocupación, y que ahora nos enfrenta como una realidad de la cual no nos podemos atrever ni a conjeturar cómo nos tratará.

Burros, como ya dicho, no hay más; en su vez, se ve cada vez más yuntas de bueyes mezcla de cebú tirando pesadas carretas de madera.

Los colmenares en cadena siguen; inclusive, vimos, dos o tres veces, gente trabajándolos; no hay que imaginarse un apicultor solitario sino media docena >>>>>>>>