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Estamos en Salina Cruz. Como previsto, todo está cerrado; pero, por lo poco de que nos enteramos en la guardia aduanal del puerto, parece que aquí no hay línea comercial que vaya a Costa Rica; el tráfico sería mayormente de tanqueros de petróleo con rumbo a Nicaragua - ahora que el buen funcionario con quien hablamos, a todas luces no era una luz: como teníamos un mapa de América Central en la mano, él la quiso ver, tuvimos que mostrarle dónde estaban los varios países, y él empezó a buscar Salina Cruz por ahí lejos a la derecha, cerca de Panamá y Colombia.

Así que, más por nuestro sexto sentido que por otra cosa, decidimos que las probabilidades son más a favor de seguir viaje hacia Guatemala y ver qué pasa ahí, que de esperar gran parte del día de hoy hasta mañana, lunes.

Aquí, en Salina Cruz, también fuimos al hospital para averiguar lo del paludismo; no, aquí, paludismo todavía no hay.

También nos encontramos otra vez con el atropello a la tranquilidad pública, a la libertad individual de cada persona, por los altoparlantes ambulantes vociferando sus mensajes.

Hablando de atropellos a la dignidad humana, aquí, en Salina Cruz, encontramos algo perfectamente enojoso que ya encontramos muchas veces en México; pero aquí, en grado superlativo: una manera de tabla de lavar de hormigón transversalmente a la calzada de una ruta o de una calle para obligar el tráfico a parar totalmente para no romperse un eje o un elástico; y aun con una parada total, hay que ver cómo sufren los vehículos y la dignidad humana cuando las cuatro ruedas se estremecen tratando de pasar del otro lado de esta defensa anti-tanque - que es la única situación cuando se podría aceptar semejante interrupción del libre tránsito; en tiempo de guerra para proteger un puesto militar, y no en tiempo de paz en un país civilizado.

En la mayoría de los casos, estos topes, como los llaman por aquí, están claramente anunciados, pero no siempre, y pobre el automovilista que tropieza con ellos a una velocidad normal. En la mayoría de los casos, dichos topes, o mejor dicho barreras anti-tanques, se repiten cada 100 ó 150 metros, volviéndose realmente insoportables.

Ahora que, probablemente la culpa no la tenga la autoridad sino el público; es casi seguro que, si la autoridad se pone en el gasto y el trabajo de crear estas monstruosidades, es porque lo ve como la única manera de obligar al público a detener la marcha en ciertos lugares, sabiendo muy bien que un simple cartel diciendo Alto, o Pare, no sería respetado.

Sopla un viento bastante fuerte, pero los lugareños tuvieron que corregir nuestra impresión: es solamente una suave brisa - ayer sí que el viento soplaba con fuerza; en otras palabras, esta zona debe de ser bastante ventosa.