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campanario, que todo llegó a su fin abrupto por la aparición - no la erupción, sino la casi subrepticia aparición - del volcán Paricutín.

Y es este nacimiento de este volcán un caso de cuento de hadas. Algo como sigue, según lo que parece haberse establecido como tradición.

Mientras don Dionisio Pulido estaba arando tranquilamente su campo, de repente - justo detrás de su último paso, y donde la cuchilla del arado había estado un segundo antes - la tierra apenas si gimió y una pequeña bocanada de humo salió del surco recién abierto.

Sorprendido, el campesino se preguntó si no había arado demasiado profundo. Después de unos momentos de incredulidad, y al ver que el humo seguía saliendo, trató de apagar el fuego invisible con su sombrero de paja. Pero, a pesar de sus esfuerzos cada vez más desesperados, el escape de humo siguió aumentando en fuerza y cantidad hasta que la tierra se abrió con un rugido y vomitó fuego, piedras y cenizas en el campo recién meticulosamente arado.

Don Dionisio disparó como si hubiera visto la puerta misma del infierno. Claro, probablemente es el único hombre a quien semejante cosa pasó jamás.

Así empezó a crecer el nené-volcán, alcanzando, se dice, unos 510 metros en los primeros 18 meses, más de 1.000 metros unos años más tarde; y hoy lo vimos figurar, en un mapa, con 2.270 metros de altitud ... ó 2.575 metros, en otro mapa; a elegir.  Increíble. A no ser que el volcán haya crecido en el ínterin.

Lo que nos presenta un curioso caso legal:

¿Retuvo la propiedad del volcán el dueño del campo?
¿Tuvo que pagar daños y perjuicios a sus vecinos?
¿Es éste un caso de ganancia eventual, por el aumento de superficie, de chata a cónica?

Los pobladores de los dos pueblos sepultados - el Paricutín, del cual nada queda, y el San Juan, que visitamos - fueron reubicados por el gobierno en otros sitios.

En cuanto a los pobladores de la aldea de Angahuán, desde donde nosotros salimos para la visita, su vida, con el nacimiento del volcán, cambió para siempre: antes, tenían cultivos, tenían chivos, cabras y otros animales; pero con la espesa capa de cenizas volcánicas que tapó la tierra productiva, vieron su fuente de ingreso tradicional cortada repentinamente.

Y, en su vez, vieron aparecer una nueva fuente, de la cual, antes, no habían soñado: ahora, los chivos, las cabras y las vacas lecheras son los turistas y otros visitantes a quienes sirven de guías - y parecería que, por cada 100 >>>>>>>>