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El chofer de la Expedición se dio cuenta repentinamente de otra razón por qué se siente cada vez más desahogado cuando maneja en México.

Así como, en las carreteras, hay mucho menos ofensas a la inteligencia del automovilista, por la presencia mucho más limitada de indicaciones viales, así, en las calles de las ciudades, tampoco hay el camisón de fuerza impuesto al intelecto y a la libre decisión, que impera en las calles vespuccianas y canadienses; o sea que, en México, no hay, en cada cadita esquina, ya sea una luz de tránsito o un cartel de Pare. Hay luces de tránsito, hay carteles de Pare, pero solamente en lugares estratégicos donde realmente hacen falta; en muchos cruces de calles, el tráfico está dejado a su libre y buen criterio para conservar la armonía y la seguridad.

Fuimos otra vez a un supermercado. Como ya indicado, estos supermercados mexicanos habría que llamarlos super-supermercados; son realmente enormes.

Hoy, anotamos un caso concreto de la astuta política de manipular al consumidor por la colocación de las mercancías en orden desde estrictamente frívolo a estrictamente necesario; caminando de la entrada hacia el sector de comestibles, vimos lo siguiente: tarjetas sociales, joyería, figuritas de porcelana, objetos de vidrio tallado, relojes de pared, anteojos de sol, lámparas de mesa, arañas, paraguas, pantuflas, flores artificiales, juguetes, ropa externa de todo tipo desde blusas hasta pantalones, ropa interior, ferretería, plantas en potes, colchas, sábanas, lana de tejer, ollas, baldes y otros artículos de plástico, y finalmente, después de por lo menos cien metros de caminar, la comida.

Ah, pero no cualquier comida; dentro del sector alimenticio, la misma política de llevar al consumidor por la nariz de lo menos necesario a lo más necesario, o sea empezando con limones, sandía, ananás y dejando las comidas básicas para más atrás, a lo último.

Nos preguntamos por qué los maestros de la manipulación del consumidor de Vespuccia no adoptaron esta táctica.  Tendrán otra.

Escuchamos el rumor de algo que, de ser verdad, sería, por lo menos por lo que sabemos hasta ahora, un milagro en México: la existencia de lo que, en este caso, se llama una tienda de nutrición, o sea, supuestamente, un negocio con alimentos saludables.

Lamentablemente, el milagro no se materializó; encontramos el negocio lleno de todo lo malo que tratamos de evitar, inclusive azúcar agregada a los jugos de fruta; el dueño del negocio nos dijo que la culpa la tiene el público, que él, al principio, tenía el tipo de comida que nosotros buscamos, pero que la gente no la compraba, que se echaba a perder; naturalmente, él, como comerciante, tiene que ofrecer lo que se vende.

Fuimos otra vez al ex-Hospicio de Expósitos Cabañas; otra vez escuchamos el ensayo de la agrupación de música azteca; la pieza que ensayaba hoy no nos >>>>>>>>