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verticales, de 50 a 100 centímetros de desnivel. Por una parte, no entendemos cómo arena muy fina puede quedar así, por otra parte, qué trampa es esto cuando está cubierto por agua; ahora que esos escalones no son fijos siempre en el mismo lugar sino que van cambiando de posición y de forma por la acción de las olas.

Nos encontramos con un cangrejo-campeón. Nos quedamos pasmados por la velocidad de su carrera y por la instantaneidad de sus cambios de dirección a 180 grados.  Increíble.

Y tuvimos el inapreciable privilegio de tener, la playa, el mar, el cielo, todo, por todos los lados hasta donde podía llegar la vista, totalmente para nosotros. Durante varias horas, estuvimos transportados cien mil años para atrás, medio millón, un millón de años, para atrás, sin siquiera un barco a la vista; nada; todo al natural.

De hecho, nos quedamos en la segunda playa para pernoctar; después de haber mirado - y sentido - la Tierra girar hacia el este hasta habernos llevado para atrás fuera de vista del Sol. Mirando el disco del Sol cortado por el horizonte, uno se da cuenta con qué rapidez gira el globo terráqueo.

No siempre fueron las cosas así de tranquilas en esta punta sur de la original California. Desde 1535, apenas 43 años después del arribo de Cristóbal Colón a Guanahaní, no faltaron episodios como ser una rebelión de los paraborígenes, un saqueo por piratas, y otra tentativa de invasión por el Manifest Destiny vespucciano.

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Hoy, terminamos nuestra vuelta por la punta de la península, para presentarnos, como previsto, entre las 14 y 17 en el puerto.

En camino, vimos un nuevo tipo de animal suelto en el desierto, o semi-desierto. Ya nos habituamos a las vacas, los burros; pero hoy, fue una manada de porcinos correteando a campo abierto. Por lo visto, podemos atestiguar que la suciedad legendaria de los chanchos es culpa de sus dueños humanos quienes los tienen encerrados en chiqueros; estos chanchos sueltos, estaban perfectamente limpios.

Qué placer es, desde que estamos en Baja California, poder manejar sin el apremio psicológico de un exceso de marcas viales. Cuando las hay, las hay muy pocas; muchas veces, no las hay. Uno se siente revivir, uno se siente recobrar su dignidad humana, recobrar el uso de su propia razón; y lo curioso del caso es que, aun sin marcas, cuando dos automovilistas se encuentran, saben perfectamente que les conviene quedarse cada cual en su mitad de la calzada; cuando suben una pendiente, saben quedarse en su mitad para evitar un choque frontal.