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barco llega, y cuando llega, no está el agente; solamente cuando el barco sale, y el barco sale mañana a las 17. Dijimos "gracias", pero nuestro interior gruñió "a las 17, todo un día perdido".

Decidimos que, de todos modos, mañana por la mañana, iremos al puerto a ver si, por acaso, las cosas suceden según lo dicho por el empleado de la oficina de transbordadores.

Antes de irnos del puerto para encontrar un sitio para pernoctar, Karel fue a averiguar qué tal son los baños. La única pa-labra que se ofrece es asquerosos, ah no, hay otra, repugnantes. Semejante porquería y abandono serían inadmisibles en cualquier baño, particular o público, aun del tipo más primitivo, pero en una terminal de pasajeros del tamaño de ésta, pasa del entendimiento y faltan las palabras. ¿Dónde están los baños públicos, limpios, pulcros, bien provistos de todas las comodidades, de Vespuccia y de Canadá, salvo quizás un caso entre mil? Hasta los retretes de pozo negro y sin agua que, ocasionalmente, hay en ciertos campos de recreo público - que nosotros llamamos campos de concentración estivales - son un lujo al lado de esto.

De todos modos, estamos ahora a quizás un kilómetro del puerto, esperando hasta mañana, a ver qué ocurre.

Volviendo a las dos diligencias y a la visita imprevista.

En La Paz, vimos dos sitios donde revelan fotografías. Es un tema que siempre nos interesa, así que fuimos a averiguar.

Los precios de las revelaciones resultan increíblemente más bajos que los habituales en Vespuccia y Canadá; pero uno de los sitios no tenía servicio rápido, y el otro sitio, que tenía un servicio semi-rápido, no tenían papel, y ni sabía cuándo lo iba a recibir, quizás la semana entrante, quizás la otra.

En cuanto a películas fotográficas, los precios resultan idénticos a los precios más económicos de Vespuccia, pero, en uno de los sitios, tenían un solo tipo, el de sensibilidad 100, no tenían ni el 400 ni el 1000, y, en el otro sitio, no tenían nada - lo que, en estos momentos, no nos importa porque tenemos una buena provisión, pero nos sirve de advertencia para el futuro.

Sin embargo, nos gustaría hacer revelar dos rollos que tenemos, no solamente por la simple curiosidad de siempre de cómo salieron las fotografías, sino también por las circunstancias agravantes de que, cuando fuimos a la cueva de San Borjita, por una parte, colocamos la bolsa con los aparatos y los lentes en el piso de la chatita y nos dimos cuenta recién demasiado tarde de que, ahí, la bolsa y todo su contenido recalentaron del calor que venía de abajo, del caño de escape, y por otra parte, cuando caminábamos hacia la cueva, Karel tropezó, cayó en una rodilla, y por más que trató de evitar el golpe a la bolsa que llevaba, la bolsa y su contenido también recibieron cierto golpe, pero no sabemos cuánto.