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Nos es fácil imaginarnos la cueva otra vez llena de sus antiguos moradores, preparándose, al anochecer, a dormir hasta el día siguiente. ¿Qué preocupaciones de seguridad tenían al acostarse - tenían alguna?

Ah sí, en cuanto a las pinturas rupestres bajacalifornianas, por lo que sabemos ahora, se podría decir que su mayor concentración se encuentra en la sierra de San Francisco al norte del oasis de San Ignacio, donde se podría pasar días enteros, lamentablemente con accesos sumamente difíciles.

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Esta mañana, y anoche, otra vez exploramos las ondas radiofónicas. A pesar de todo nuestro empeño, no nos enteramos de nada, nadita; la Luna se podría haber caído en la Tierra que no lo sabríamos. Ah, sí, nos enteramos de que los productores de leche de cierto lugar cobran precios dentro de la ley, y que Fulana le mandaba saludos a Mengana en su cumpleaños.

A juzgar por el lugar donde desapareció el Sol, anoche, y por el lugar donde apareció, esta mañana, nos dimos cuenta de una ventaja adicional de la cueva: está abierta hacia el norte, una ventaja indudable en esta zona básicamente calurosa - no hay que olvidar que estamos en Cali-fornia, la península tan caliente como un horno - si bien nosotros ahora disfrutamos, en invierno, de temperaturas muy agradables y neutras.

Al echar a andar esta mañana, nos dimos cuenta de que pasamos la noche en los últimos cien metros de la carretera cerca del mar de Cortés. Enseguida, la carretera viró hacia la derecha, y estamos cruzando sierras que siguen siendo difíciles de describir; una manera sería, diciendo que, si se le pidiera a un niño que dibujara sierras fantasmagóricas, sería probablemente algo como éstas que dibujaría; o que, si se quisiera ilustrar, en una película de dibujos animados, un ambiente primitivo del nacimiento de la Tierra, probablemente sería algo así como estas montañas.

A los pocos kilómetros de la anotación anterior, la topografía, por fin, se apaciguó un poco.

A unos kilómetros de la anotación anterior, la topografía se ha vuelto totalmente llana. A ambos lados de la carretera, siguen miles y miles de cactos. Si cada uno tuviese ramas, sería una selva de cactos.

Este sinfín boscoso de cactos nos impone el recuerdo de los agujíferos raquíticos sin fin en el Artico canadiense, donde, según lo vemos ahora, los agujíferos se reducían hasta formarse en un tipo de cacto ártico para reducir su superficie de contacto con el ambiente inhóspito.