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Mañana, veremos cómo termina todo esto, pero parece ser demasiada complicación, de malas indicaciones y de increíblemente mal terreno. Pero ¿cómo saber si realmente vale la pena, hasta haber visto el objeto buscado?

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Estamos estacionados para la noche otra vez en el mismo sitio que anoche, en el empalme de la huella vieja cerca de la ruta asfaltada. Veamos cómo fue la cosa hoy.

?? Esta  mañana,  ya  a  las  cinco, o  sea  una  hora y  media  antes de los
primerísimos albores, nos levantamos y nos aprestamos para enfrentar el día.

?? Después de un desayuno de dátiles, nueces e infusión de yerbas, nos encaminamos con optimismo por la huella vieja hacia el empalme de huella y brecha, en busca de un rancho un poco más allá, con la esperanza de hablar, y arreglar algo quizás, con los lugareños.

?? Lamentablemente, una ilusión es una cosa y la realidad es otra. En menos de cincuenta metros, nos dimos cuenta de que la huella vieja era prácticamente tan imposible como la brecha nueva; pero una decisión es una decisión, y seguimos brincando media vuelta de rueda por media vuelta de rueda.

?? Seis kilómetros, y más de media hora, más tarde, llegamos al rancho, el que buscábamos ayer. Había un perro, había una cabra, pero de gente ni la sombra. Por lo menos, sabíamos, a pesar de la cuidadosamente cultivada infame fama de los bandidos mexicanos, que estábamos en zona de gente decente: una de las construcciones era un tingladito con dos paredes y dos costados abiertos, con una cama, una silla y, a la vista y al alcance de cualquiera, una radio portátil y una lámpara de querosén.

?? Como, ayer, nos habían informado que, entre este rancho y la cueva había más ranchos, decidimos seguir brincando. A los 3 kilómetros de sacudidas, llegamos a otro rancho - con gente, pero de poco uso para nosotros: una señora con cinco o seis chiquillos, y uno más en camino. No sabía muy bien dónde está la cueva pero nos aseguró que había más ranchos.

?? Así que, qué hacer sino seguir adelantando piedra a piedra. Pasaron 5 kilómetros, 8 kilómetros, - a veces parecía como si estuviésemos atraídos, chupados, siempre adelante, metro por metro, en un camino mágico, siempre abriéndose delante de nosotros y siempre cerrándose detrás de nosotros - 10 kilómetros, 12 kilómetros más, y nada a la vista - salvo que, un buen rato por delante, en la distancia y fuera de la huella, apareció un bombeador eólico para aguada.