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Naturalmente, como se podía pronosticar, apareció la luz del día; y como no se podía pronosticar, se despejó la neblina; pero, de ballenas, nada.

Esta mañana, tuvimos la confirmación fehaciente, por un folleto publicado por las autoridades mexicanas, de que las ballenas llegan cada año, religiosamente, alrededor del 20 de diciembre, con no más de cinco días de margen. Por lo visto, este año, se les habrá cruzado algo en el camino a las ballenas, porque hoy, primero de enero, ya pasaron doce días de la fecha media.

En un momento dado, entre las varias personas presentes en el lugar con el mismo propósito que nosotros, se corrió la voz de que había ballena a la vista; pero no era una ballena, era un dolfín arqueándose vistosamente un poco fuera, un poco dentro, del agua.

Por supuesto, no podían no establecerse tertulias improvisadas entre los ballenófilos. Nos tocó hablar con una mujer que se expresaba igualmente bien, por lo menos en la primera impresión, en castellano y en inglés; le preguntamos qué era; nos dijo Norteamericana; tuvimos que preguntarle - no por espíritu de polémica sino para enterarnos, de una vez, de lo que queríamos saber - si quería decir Mexicana o Canadiense o entre los dos; y ahí no más empezó la habitual discusión referente a la falta de nombre de los Estados Unidos Anónimos entre México y Canadá, y al atropello que significa llamarse a sí mismos lo que se llaman.

Parece este seno una clínica de maternidad perfecta, con su tranquilidad y su poca profundidad.

Es fácil decir que las ballenas en sus migraciones ya conocen el camino porque, cada año, las jóvenes lo aprenden de las viejas; pero nos preguntamos cómo fue la primerísima vez que, saliendo de Alaska, las ballenas encontraron este sitio; cómo tuvieron la perseverancia de seguir navegando sin saber, la primera vez, qué esperar dónde; salvo que haya sido que el ciclo empezó aquí.

De todos modos, aquí, las ballenas tienen otra vez su tranquilidad inmemorial, tranquilidad bárbaramente interrumpida en el siglo pasado cuando cazadores de ballenas encontraron estos campos de cría, y no tuvieron reparos, para hacer su matanza más fácil, en matar, primero, la cría indefensa, para que las ballenas adultas se quedaran cerca de su cría muerta, como blanco fácil para los cazadores - cazadores, a más de bárbaros, estúpidos, porque así mataban sin provecho su propia cacería de los años siguientes. Peor barbaridad y estupidez que la matanza de caribúes preñadas allá en el Artico, según vimos.

Usando un poco de imaginación, uno se puede representar las ballenas acercándose allá, en la mar abierta, desde el norte - quizás a no más de dos o tres días, o quizás un día, o quizás dos o tres horas de aquí, pero no se puede saber y no nos podemos dar el gusto de quedarnos aquí esperando quién sabe cuánto tiempo; así que, lamentándolo, vamos a seguir camino.