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Llegamos al empalme a donde hubiéramos llegado desde otro lado si hubiésemos elegido el camino por San Felipe, por la costa del golfo.

Nunca sabremos cómo es, en realidad, aquel camino, pero muchos trechos de este asfalto son pésimos, peores que cualquier camino de tierra. Lo curioso es que los tramos pésimos van alternando con tramos totalmente buenos; la única explicación que encontramos es la diferencia de calidad entre las varias partidas de asfalto.

Acaso no supimos buscar, acaso buscábamos algo que no existe.

Resulta que, entre los datos que tenemos por la antropóloga del museo de Mexicali, habría una cueva San Borjita, en la zona, según la antropóloga, de la misión San Borja - hecho confirmado en la muestra quizás más llamativa de todo el museo, una reproducción de las pinturas rupestres de dicha cueva de San Borjita.

Con la esperanza de ver dichos dibujos, que nos habían impresionado muchísimo como una obra de arte contemporáneo, nos desviamos del asfalto hacia la misión de dicho nombre, esperando encontrar ahí más datos por parte de los lugareños para encontrar la cueva. A los pocos kilómetros de huella, paramos en un rancho para hablar con la gente. Sabían de pinturas en la zona pero no del tipo que nosotros buscábamos.

Seguimos unos kilómetros más, paramos en otro rancho y, lo mismo: sabían de pinturas en la zona pero no del tipo que buscábamos. Por la duda, nos arreglamos con uno de los hombres para que nos sirviera de guía y salimos para la misión y lo que la gente nos describía como una cueva con muchos dibujos pequeños, polícromos.

A los pocos kilómetros, la huella, ya malísima, se volvió tal que estábamos en permanente peligro de romper un eje, un muelle u otra cosa. Si hubiese sido para ver sin duda el mural aquel, hubiésemos aguantado, pero, realmente, dentro de lo que hacemos, someter nuestro vehículo a un castigo de 35 kilómetros de ida, que nuestro guía nos dijo llevaría cuatro horas de ida solamente, para algo que no sabíamos qué iba a ser pero sabíamos que no iba a ser lo que queríamos ver, decidimos que no valía la pena y dimos media vuelta.

Como confirmación al instante de la cordura de esta decisión, descubrimos, en el acto de tratar de dar media vuelta en aquella huella, que, de tanto brincar, habíamos perdido la taza de una de las ruedas; así que, en el camino de regreso, nos esperaba la tensión adicional de tratar de encontrar la taza. Ahora, es fácil decir que la encontramos, pero resultó largo el tiempo de incertidumbre hasta que, por fin, la vimos.

También, en el camino de vuelta, nuestro guía nos llevó a ver unas pinturas rupestres que nos dijo ser del mismo tipo que las que nos llevaba a ver cerca >>>>>>>>