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Nos estamos acercando al pueblo de Cataviña.

Reaparecieron los cactos, en nutrida cantidad; esta vez, en un terreno fantasmagórico de millones de rocas gigantescas desparramadas y acumuladas de horizonte a horizonte; nos preguntamos con interés cómo llegó a ser así; y nos preguntamos con macro-asco cómo la gente puede tener tanto dinero y tanta bruteza para cubrir con brocha gorda todas las rocas al alcance de la mano con garabatos de pintura, algunos en castellano, pero muchos en inglés.

Pasamos el paraje de Cataviña. Desapareció el tumulto de rocas; desaparecieron los cactos; se impuso un tipo de estepa de altiplano, lo único que falta es un viento fuerte.

Anocheció; nos paramos.

Ah, pero sí; hay viento fuertísimo, barriendo este altiplano; nos hace pensar en nuestros primeros vientos fuertes, aquellos de Terra Nova. La amplitud de panorama desde este alto nos hace pensar en el panorama entre Dawson City y la frontera entre Canadá, más precisamente Yukon, y Alaska.

Recién exploramos otra vez el dial radiofónico. La supremacía vespucciana es más total que ayer. Logramos sintonizar una sola estación de habla castellana, no sabemos de dónde, pero con toda su publicidad veteada de direcciones y teléfonos de Los Angeles de Alta California; así que no hay manera de enterarse, por lo menos nosotros no logramos enterarnos, de qué pasa en México y en el resto de América ibérica.

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Lo curioso de esta noche fue la repentinidad con la cual el viento cambió de parecer: mientras que ayer, cuando paramos y nos acostamos, sacudía el vehículo con bastante fuerza, un par de horas más tarde, como si se hubiera dado cuenta de que no nos iba a asustar, desistió de sus esfuerzos; y se estableció una calma perfecta que está continuando esta madrugada misma.

Amanecimos con los primerísimos indicios de tinte rosado detrás del perfil totalmente negro de los cerros contra el horizonte del levante - la palabra exacta.  ¿Quién jamás verá semejante despertar en una ciudad?

Esta mañana, las amplias vistas - de terreno levemente ondulado cerca de la carretera, y de sierras por todos los lados más lejos en el horizonte - nos hacen recordar de las vistas desde la carretera Dempster, especialmente acercándonos al círculo ártico; salvo que, en vez de nieve, allá, tenemos cactos, aquí; justamente en este mismo momento, en cantidad suficiente como para poder llamarlos un bosque de cactos.