de un gran terremoto en un futuro que podría ser mañana o inclusive hoy mismo, dado que, estadísticamente, ya tendría que haber ocurrido.
Y cuando el próximo terremoto castigue, será, ésta, la palabra exacta, por la codicia, la locura, la improvidencia, de haber acumulado artificialmente tanta densidad de población por encima de todas esas fracturas, en tiempos cuando su existencia ya estaba conocida y sus ubicaciones precisamente diagramadas.
Obviamente, la certeza de los enojos, incluso de los peligros, anuales, de todo tipo, por nieve, hielo, frío, que infaliblemente tocan muy personalmente cada invierno, aun sin sismo, tal certeza es más repelente que la certeza de un terremoto en un futuro incierto, y que, a lo mejor, ni va a tocar personalmente, en un clima que desconoce los enojos y peligros del frío.
Hay dos puentes suspendidos - uno, larguísimo - que radian de San Francisco por encima de la bahía.
Pero todo ello, cuadriculado, rascanubes, puentes, más que verlo, lo vislumbramos, porque ahí está la inescapable maldición de la contaminación ambiental - y ello, ya tempranito a esta hora, cuando el tráfico todavía no empezó de lleno, cuando hubo toda la noche para aliviar la acumulación del día anterior; no se puede hablar de tomar una fotografía de la ciudad, sería más bien una fotografía de la contaminación en la cual los edificios servirían de contaminómetros, lo mismo que pasó cerca del Salton Sea con los cerros.
Después de nuestro desayuno en el cerro, el Twin Peaks, este día fue una corrida tal que recién ahora, ya estacionados para la noche, vamos a poder anotar lo ocurrido.
Empezamos recorriendo un poco más San Francisco.
Ayer, solamente vimos las calles empinadas; esta mañana, las experimentamos. Es impresionante verlas, pero todavía más impresionante es experimentar la sensación de semejantes subidas y bajadas. Uno empieza una subida, y no sabe si va a lograr llegar arriba; uno se aproxima a lo que sabe que va a ser una bajada porque hay sólo cielo y vacío enfrente, pero, hasta haber empezado la bajada, no sabe qué bajada lo espera porque, como sucede en el reborde de un acantilado, no es hasta llegar al filo mismo del precipicio que se ve las profundidades.
Según información que teníamos, ciertas calles tendrían una inclinación de hasta 31,5 grados, pero según nuestra observación, si es que tal inclinación existe, es en una calle únicamente para peatones, en forma de escalera; en lo que se entiende comúnmente por calle, o sea para movimiento de vehículos, la más empinada que vimos fue de 20/21 grados, pero ello, podemos atestiguar, ya es bastante. Calles así son la Filbert Street, la 22nd Street. Otra calle tiene diez curvas en una sola cuadra; es la Lombard Street.