que, hasta que las autoridades se dieron cuenta del vandalismo, les estuvieron dando a los pacientes tratamientos que no les correspondían.'
Solamente dos ejemplos en toda una epidemia. Es increíble la irresponsabilidad de cierta gente. Nos preguntamos si es solamente en este país o si es lo mismo en otros países.
Por otra parte, el otro día le preguntamos a un funcionario de los parques nacionales qué porcentaje de los folletos informativos disponibles en los parques para auto-compra por el público, o sea con pago voluntario por sistema de honor sin supervisión, se queda sin pagar, o sea cuánta gente se lleva el folleto sin tener la conciencia de dejar el importe del mismo. Nos dijo que entre 5 y 10/oo, más bien cerca de 5/oo, y que ello es peor que años atrás cuando el porcentaje de avivados era de tan sólo 1/oo. Así que algo de decencia todavía queda en ciertas personas.
Estamos cerca de Denver. Esta parte, noreste, de Colorado se parece mucho más a Nebraska que al rincón opuesto, suroeste, de Colorado donde está Mesa Verde.
Siempre llueve, poco o mucho; ya hace varios días que llueve intermitentemente. No nos podemos quejar, es la característica de esta época.
. .
*
▪
Tres días pasados en la ciudad de Denver. Tres días, luchando con una red vial que volvería antipática la ciudad más atractiva, y aguantándonos, por colmo, este conglomerado sin forma, sin alma, sin gracia, en pocas palabras, sin nada.
Quizás haya sido por puro aburrimiento que, en 1864 - siempre este período sorprendentemente reciente - el Teatro Central de Denver vio la alegre exhibición de cueros cabelludos de niños paraborígenes y de órganos sexuales de mujeres paraborígenes, y otros trofeos, de una premeditada masacre nocturna por parte de la caballería vespucciana de un campamento de Shaienes y de Arapahos - por la duda pero sin efecto, bajo bandera vespucciana; todo ello, traído algo de 320 kilómetros a Denver desde un paraje llamado Sand Creek.
Tres años más tarde, en 1867, el gobierno vespucciano admitió su culpa y, por el tratado de Medicine Lodge, de ese mismo año, prometió pagar un dinero a los deudos de los asesinados.
Aún más tarde, al advenir el siglo de las imágenes movedizas, esos 500 asesinados de toda edad y condición se volvieron el tema de una película.