descuido se aproximaría demasiado del filo del asfalto. El ruido, lejos de ser ofensivo o agresivo, es bastante suave y agradable.
Un rato más tarde, probamos otra vez el asfalto musical y comprobamos que el sonido tiene otra altura. ¿Por qué no unir lo agradable a lo práctico y no construir estas franjas de advertencia musical de manera que vayan produciendo sonidos diferentes y por ende un motivo musical? Ya sabemos por qué no. Para que los melómanos no tomen la costumbre de siempre manejar por la orilla.
La topografía sigue de pura sierra. La vegetación, de puros pinos. El tiempo, de pura lluvia.
Cuando estábamos en el norte, nos preparábamos estoicamente a enfrentar los calores y los veraneantes en los meses estivales, más al sur; pero, por lo visto, salvo durante un par de semanas, nos ahorramos los calores y los veraneantes.
Es como la cuarta o quinta vez que estamos cruzando el río Clark Fork. A más de la curiosidad de cómo se trenzan la carretera y el río, hay la impresionante sensación de saber que estamos en el fondo de la zona general donde se acumularon los 2.000 kilómetros cúbicos - 2.000 kilómetros cúbicos - de agua y sus consecuencias en Washington, según vimos hace poco.
Nos estamos aproximando a un campo de concentración paraborigen. ¿Cómo lo sabemos? Pues porque el lujuriante bosque de pinos se está terminando y, en la distancia, las serranías aparecen en toda la desnudez de su aridez.
Ah, sí, estamos en una reserva indígena. ¿Cómo lo sabemos? En otros casos, hay un cartel que lo dice; pero, en este caso, no había cartel. Entonces ¿cómo lo sabemos? Porque los carteles viales que indican el número de la carretera tienen como fondo el dibujo de una punta de flecha de piedra tallada. Y ¿por qué estamos en esta reserva? Porque leímos que hay, aquí, una capilla, verbatim "la tercera en belleza de la Tierra" lo que es muy difícil de creer que pueda ser ni remotamente cierto en el medio de un reducto paraborigen en el medio de Montana.
Estamos en una reserva indígena, véase el cartel
La iglesia. La encontramos; la vimos; y nunca entenderemos la susodicha exaltada opinión, salvo que se trate de otra iglesia; pero no puede ser; bien es ésta la capilla de la misión jesuita de San Ignacio en la reserva de los paraborígenes Flathead.
Naturalmente, como vimos ya tantas veces, es ésta una denominación impropia e irrisoria impuesta por los Blancos a gente con su nombre propio perfectamente válido: los Seliches.
Además, esta iglesia ni siquiera es la original de la misión; vimos la pequeña capilla de troncos original que todavía subsiste.
También vimos las piedras de moler que quedan del molino de harina que, entre tantas cosas, tenía la misión; parece que ya en aquella época había locos de >>>>>>>>