Esta mañana, nos despertamos con un símbolo de los cambios climáticos a los cuales estamos sometidos: en vez de tener todos los cristales del coche tapados por una capa de hielo, tenemos un cristal tapado por nuestra primera telaraña, extendida todo a través de una de las ventanas.
Nuestra próxima meta es, en las Montañas Rocosas - las que vienen a ser como un segmento en Canadá de la cordillera panamericana por ambas mitades de América - una porción conocida como atracción turística. Vamos a ver qué nos espera allí.
A más de sus otras riquezas, Alberta también tiene grandes depósitos carboníferos, y a tan escasa profundidad que los explota a terreno abierto; así lo vimos nosotros la noche pasada, porque el campo abierto donde pernoctamos era, en realidad, un ex-bosque con los árboles ya desmontados, la próxima sección a explotar en una mina, mejor dicho yacimiento a flor de superficie, de carbón; es increíble el desierto que dejan tales minas a tierra abierta, lo mismo que en el caso de las arenas bituminosas.
Por lo que vemos, la parte llana de Alberta no se extiende al oeste de Edmonton. Los campos van cediendo más y más terreno a los bosques, grandes bosques de altos y esbeltos coníferos y follíferos. Antes del Alto Artico, hubiésemos sentido "qué vistoso, qué hermoso"; ahora, después del Alto Artico, sentimos, más bien, "qué milagroso", pensando en aquellos sauces sin troncos, con sus cortas, centimétricas, y tenues, milimétricas, ramitas prostradas por el suelo.
Y, créase o no, en ciertas de estas hojas, podemos discernir ya un leve tinte amarillento de otoño. Sí, ya pronto habremos dado toda la vuelta a un ciclo anual durante esta Expedición.
Acabamos de pasar dos horas en el pueblito de Edson para observar su feria. Como todas las ferias que no cumplen una función práctica específica, o sea, como todas las ferias que ofrecen solamente lo que se puede conseguir de todos modos en los negocios locales cada día, ésta nos pareció más bien patética.
Sin embargo, el encuentro totalmente fortuito que nos esperaba allí bien valió la pena de nuestro interés en la feria. Notamos, entre la gente, tres jovencitas evidentemente no de la sociedad común - más bien como los Rusos aquellos de Alaska, o los Mennonitas de los alrededores de Chicago si no nos equivocamos - con pañuelos en la cabeza, vestidos largos casi hasta el tobillo; y luego, detectamos un muchacho de indumentaria de mismo exotismo y una señora más adulta. Averiguando, nos enteramos de que eran miembros de la secta huterita.
Siguiendo las costumbres viejas, en el vestir y el sentir
¤ Así como los Rusos aquellos en Alaska, como los Mennonitas, como otras tales comunidades, los Huteritas se aferran entre sí, y todos se aferran a su religión, su idioma, su cultura, su identidad, y se encapullan contra las perdiciones del mundo ambiente.