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es más que un campamento indígena a la imagen del campamento administrativo. Sin embargo, aprendimos varias cosas.

¶ Una, es que el nombre indígena de esta población es Quasuituq.

¶ Otra, es que los paraborígenes hablan su propio idioma inuktituk, por lo que nosotros nos sentimos perfectamente desplazados, en un país y en una cultura perfectamente exóticos, una sensación a la cual no estamos acostumbrados porque, por donde viajamos, siempre hablamos y entendemos el idioma local.

¶ Otra, es que aquí, en invierno, la cantidad de residentes, por una parte, se achica bastante, porque todas las actividades gubernamentales, científicas y similares se llevan a cabo solamente en verano, pero, por otra parte, aumenta, con la aparición de docenas de osos polares.

  A dónde uno vaya, por todos los lados, hay un sinfín de carteles de advertencia en inglés y en inuktituk interpretando los varios comportamientos de los osos y destacando los peligros inherentes.  Sin embargo, la política básica es la protección de dichos animales: no está permitido matarlos, salvo por un sistema de cuota; el año pasado, dicha cuota fue de 38 osos; o en un inobjetable caso de defensa propia.

¶ Otra, es que, si bien los visionarios propagandistas turísticos dicen que aquí hay caribúes y "muskox", según los lugareños, hay muy pocos caribúes y ningún ovibos.

De regreso de nuestra vuelta, miramos un poco la televisión, la que, lo mismo que en la bahía de Hudson y otras partes apartadas, es la única conexión radial con el mundo externo, por medio del satélite artificial canadiense Anik.

Después de mirar los programas un rato, a uno lo embarga una sensación extraña.  Con tiempo, nos dimos cuenta del porqué.

Es la incongruencia de mirar programas que al televidente le son totalmente foráneos. Qué otra cosa que alienación se puede sentir viendo un noticiero, donde la gente viste de manera rara, con sacos que parecen tan poco cómodos, con curiosos nudos de tela saliendo del cuello de las camisas; donde se ve extrañas alfombras verdes en el suelo y extraños amontonamientos verdes encima de las cabezas de la gente. El mundo de la pantalla y el mundo real alrededor de aquí son como dos planetas diferentes; y es muy fácil que un televidente se pregunte qué relación puede haber entre él, en este ambiente, y ese mundo exterior del sur que no refleja su propia vida aquí.

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