Esta noche que acabamos de sobrevivir, la recordaremos como la Noche de la Gran Guerra de los Mosquitos.
Ya anoche, habíamos tenido que defendernos con más tenacidad que de costumbre; nos acostamos sin mosquitos adentro del vehículo, y con tan sólo un zumbido multitudinario envolviendo el vehículo por afuera. Pero, a eso de las tres de la madrugada, nos despertamos por esa sensación subconsciente de no estar solos en el vehículo; cada centímetro cúbico de espacio estaba lleno de mosquitos. Todavía no sabemos cómo aparecieron - si es que algunos mosquitos se escondieron anoche durante la batalla y trajeron cría, o si es que se pueden colar por intersticios en el vehículo que no conocemos, hasta estamos dispuestos a creer en generación espontánea; pero, en aquel momento, no había tiempo para irresoluciones, era asunto de sobrevivir: sopleteamos, fumigamos, untamos, matamos a mano limpia, hasta restablecer un poco nuestro dominio sobre nuestro vehículo; y nos acostamos otra vez, con el zumbido multitudinario siguiendo sin pausa afuera del vehículo.
Esta mañana, nos quedamos incrédulos ante los centenares de cadáveres de mosquitos cubriendo el campo de batalla: en las almohadas, debajo de las almohadas, en los colchones por doquier, en los asientos, amontonados en cualquier rinconcito donde físicamente se podían haber amontonado, pegados densamente en los cristales del vehículo - no sabemos cómo fueron a pegarse ahí - y debajo de cada objeto que movimos, más acumulaciones de mosquitos muertos para aumentar nuestro asombro; y las manchas de sangre - solamente que no sangre de nuestros enemigos, sino sangre nuestra propia, chupada por nuestros enemigos antes de ser aplastados.
Ganamos una batalla, mas no la guerra.
Afuera del vehículo, seguían asediándonos más hordas; cuando abrimos las puertas, como, eventualmente, tuvimos que hacerlo - porque, antes de partir de un lugar, siempre corremos el coche un poco y nos fijamos si no se nos cayó algo o si no hay una mancha de aceite o de algún líquido, como ser de frenos, de dirección, indicio de algún desperfecto - fue como abrir la compuerta de un dique, fue un verdadero alud de mosquitos y mosquitas inundando el interior del vehículo otra vez.
Nos pusimos en marcha apuradamente, con la esperanza de deshacernos de ellos por el viento y la velocidad, pero, por lo que vimos, estas criaturas mañeras se esconden y agarran donde pueden para evitar el viento, y reaparecen en fuerza apenas nos paramos. Así que hay que ir, otra vez, matándolos de a poquito.
Un aspecto lastimoso de la situación es que el gobierno, con buena voluntad o ingenua falta de realismo, estableció toda una cadena de campamentos para futuros turistas - pero, con esta plaga, turistas no tendrá nunca por aquí.
Estamos viajando hacia nuestro destino final en la zona del Great Slave Lake, el pueblo de Yellowknife. Lo que, naturalmente, no se podría pronunciar como >>>>>>>>