llena de barro, y los de agua limpia, color esmeralda; es divertido ver el punto de contacto entre estos dos colores, y hasta estas dos texturas, tan diferentes, cuando tales dos arroyos se unen.
La ubicación de Haines es un resumen de todo lo más hermoso que vimos en todo Alaska: las sierras escarpadas, la nieve en las cumbres, la vegetación lujuriante, con árboles de agujas, grandes, con árboles de hojas, frondosos, las flores; y aquí, en vez de los arroyos y ríos de montaña, un gran brazo de mar, como un fiordo, desde las aguas del cual suben directamente los cerros.
Lamentablemente, este cuadro idílico no se extiende dentro de las aguas: en el puerto, un cartel grande advierte no comer mejillones ni almejas de la zona, por contener el agua, según reza, veneno tóxico - como si pudiera haber veneno no tóxico.
Tuvimos suerte; llegamos justo a tiempo para dar una vuelta por este pueblito chiquito de Haines y embarcar en un transbordador con destino al pueblo de Skagway. En este momento, estamos esperando el embarque.
Después de tantos días de tiempo nublado, a veces sin lluvia, a veces con lluvia, hace una hora o dos, el cielo se despejó, con una linda mezcla de grandes extensiones azules, y variadas formas de nubes blancas; ciertamente no vendrá mal para esta travesía de una hora a lo largo de lo que creemos que es un fiordo, de Haines a Skagway.
Sí, acabamos de confirmarlo, es un fiordo, tallado por un ventisquero de, aproximadamente, dos kilómetros - no de largo sino de espesor, durante la última glaciación del planeta.
Es un pequeño apéndice de todo el sistema de pasos, brazos, senos, islas, que se extiende desde aquí, 600 kilómetros, hacia el sur, en lo que nosotros llamamos la cola de Alaska, en un laberinto curiosamente muy similar al que existe en el sur de la costa chilena, uno de los muchos paralelismos geográficos entre la parte norte y la parte sur de América.
Pero lo inordinario de esta topografía y de su formación, poco es en comparación con lo extraordinario de las sociedades paraborígenes que florecían en ella cuando las almejas todavía eran comestibles, cuando los mejillones todavía eran comestibles, antes de los venenos "tóxicos" europeos; poco es en comparación con lo extraordinario de sociedades como los Tlinguitas, aquí mismo, y una docena más de sociedades, de varios idiomas, de varias raíces étnicas, a lo largo de la costa aun más allá, hacia el sur, de esta conislación, como los Kuakiutles, los Nutkas, los Chainuks.
Lo extraordinario y realmente notable de esas sociedades era triple: la base económica, la estructura social, y la consecuencia de estas dos características combinadas.