de regalos, restaurantes, todos convenientemente aglomerados, con servicio de taxi dentro del conurbano, y varios vuelos a chorro diarios"; y que, de llegar a Kotzebue - al norte del preciso estrecho - encontraríamos "la tranquilidad de un moderno hotel de 85 habitaciones, con negocio de regalos, bar coctelero y restaurante ofreciendo, entre otras cosas, bifes de res".
Así es que, esta mañana, teníamos que haber salido hacia el sureste; pero, a último momento, no dimos con el genio. Fuimos al Departamento de Vialidad a ver si, sí o no, los mapas y los lugareños tienen razón en que no hay vía de comunicación hacia el oeste; y si, sí o no, en el caso de que quisiéramos, con todo, ir hacia el norte, se podría conseguir un permiso.
En cuanto al oeste, no; no hay ni siquiera una huella; así nos lo mostraron en los mapas supertécnicos que tienen.
En cuanto al norte, no; no vamos a ir al norte. Pero aprendimos algo quizás más interesante que el dudoso interés del viaje mismo: lo que, en pocas palabras, nos parece el manipuleo del gobierno por los intereses industriales.
Nos dijo el encargado de la ruta hacia el norte que hay una ley terminante - firmada por el gobierno pero dictada por las empresas petroleras que explotan los campos petrolíferos del océano Artico - según la cual nadie, pero nadie, puede transitar por esa carretera y llegar a los campos petrolíferos; nos dijo que, aunque nos diera un permiso y aunque pudiéramos cruzar el puesto de control al principio de la carretera, al llegar cerca de los campos petrolíferos, nos encontraríamos con guardas armados que dispararían primero y harían preguntas luego, tan celosamente los intereses petroleros quieren guardar el secreto de sus actividades allí arriba; además, él mismo, nuestro interlocutor, se quedaría sin trabajo en menos de 24 horas.
Muy interesante, muy interesante. Le dijimos que todo ello nos parecía una segunda Siberia, siempre que lo que se cuenta de las limitaciones de viajar en Siberia sea cierto; siempre se habla de Siberia, nunca se habla de esto.
Así que nos decidimos, otra vez, a viajar hacia el sureste.
Ah, pero no. A último momento, volvieron las dudas; quién sabe, no sería la primera vez que, aun una autoridad que tendría que saber lo que dice, daría información errónea. ¿Por qué no ir nosotros mismos en dirección al estrecho de Bering y averiguar?
Y es allí, en esta dirección, hacia el oeste, que vamos. De Fairbanks hacia el pueblito de Tofty.
Hace un rato, nos detuvimos, y nos adentramos un poco en el bosque hacia una laguna para sorprender la intimidad de una familia de castores, un lindo pequeño imperio particular.