No sabemos cómo se nos fue el día, pero ya son las 18, y estamos todavía a 50 kilómetros de Fairbanks; así que vamos a dormir por aquí, y mañana tempranito estaremos allí.
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Pensábamos que el paisaje innotable que había empezado ayer seguiría ya hasta Fairbanks porque, por alguna razón, paisajes cerca de ciudades, raras veces son atractivos; pero, esta mañana, nos encontramos llevados por una cinta asfáltica que insiste en correr por las partes más elevadas de ondulaciones, dando amplísimas y lindas vistas a ambos lados.
Por otra parte, lo que vemos confirma una de nuestras teorías, a saber que hay que ver cada lugar en su aspecto más característico, si no, todo se reduce a un común denominador de amable falta de personalidad; como ejemplo, estamos aquí, en pleno centro de esta legendaria punta de la Tierra, Alaska, en verano, y no es, en absoluto, diferente de los bosques y de las praderas de Chequia, en el corazón de Europa, en verano.
Fairbanks. Es una aglomeración - otra vez, como tantas veces en Vespuccia y Canadá, no se puede utilizar la palabra ciudad - fuera de proporción; ocupa demasiado lugar por lo que ofrece; el peatón es una especie extinta y la nueva especie imperante es el automovilista.
Lo que sí es memorable en Fairbanks es su biblioteca pública.
Es ésta no solamente un depositario de libros, un conservatorio de la forma escrita del conocimiento humano, un centro eficiente de trabajo, con mesas grandes, con pequeños cubículos personales, con pantallas para microfichas, y con mucho más, sino que es también un lugar donde es un placer estar - y no un placer medio intelectual, medio vanidoso, de estar en contacto con una supuesta exaltada tenencia bibliográfica o con una supuesta importancia histórica o arquitectural del edificio, sino simplemente un íntimo placer de sentirse en casa, como si uno tuviera una extensión de su casa aquí mismo en esta biblioteca, con tapizados, con sillones, con esculturas, como si uno fuera en casa, pero que poca gente se puede dar el lujo de tener en casa.
Y para los niños, hay un gran espacio, un contrabajo ahondado en el piso, con graderías todo alrededor, donde los niños pueden sentirse en intimidad como si fuera un recinto de juguetes pero donde, en la comodidad de esta pileta alfombrada, descubren el placer de la lectura y de los libros.
El rincón de los niños
Esta biblioteca también tiene varios árboles, verdaderos árboles, de tamaño grande, bajo su techo - lo que tiene su razón natural en los largos inviernos de esta latitud.