bien podríamos haber cruzado esta línea de demarcación - acordada entre los invasores ingleses y los invasores rusos del siglo XIX entre sus respectivas esferas de influencia en América - en alguna longitud bien diferente, indudablemente más, mucho más, hacia el este; ello, porque, durante las respectivas negociaciones de 1825, Rusia se impuso moderación en sus exigencias en cuanto a la línea de demarcación, con la esperanza de lograr así la buena voluntad de Inglaterra en cuanto a los proyectos de Rusia sobre Constantinopla.
¿No hubiese sido para Rusia una línea de demarcación más elegante que ésta, el meridiano que incluye, y por lo tanto no crea, lo que, hasta hoy, es la incómoda colita de costa colgando de Alaska para el sur; o sea el meridiano 130, más de diez grados de longitud al este desde aquí?
De todos modos, en última instancia, la esperanza rusa no cuajó. Por las tierras conciliatoriamente sacrificadas aquí, Rusia acquiescencia inglesa sobre Constantinopla no recibió.
Este episodio adquiere su apropiada perspectiva cuando se lo pone en paralelo con dos otros episodios ilustrando que el mundo era de veras bien pequeño aun entonces.
- No muchos años antes, durante el imperialismo del signor Napoleón Buenaparte por toda Europa, Inglaterra se vio obligada a satisfacer sus necesidades vitales de madera naval y de trigo desde su lejana colonia de Canadá, mucho más lejana entonces que ahora.
- No muchos años después, durante la guerra de Crimea, 1854-1856, otra vez el lejano trigo de Canadá fue una necesidad en las mesas inglesas.
Con el paso de la frontera, la vegetación ha cambiado repentinamente y muchísimo: a los árboles aislados y al espeso tapiz de musgo variado, se les agregó, ahora, un tupido relleno de matorrales que cambia la escena por completo; probablemente, el resultado de una diferencia climática entre los dos lados opuestos de las montañas.
La alfombra de musgo se merece una mención muy especial. En realidad, está compuesta de una docena, una docena y media, de diferentes plantitas, desde líquenes microscópicos hasta ramilletes de quizás 5 centímetros de extensión, que solamente un botanista - y solamente un botánico especializado en este tipo de vegetación - podría llamar por sus nombres y explicar qué son. Lo que cualquiera puede notar en seguida es lo mullido de esta alfombra vegetal, más fantástico que en la más oriental de las alfombras orientales. Lástima que no se pueda traducir en algún recuerdo compartible la impresión opulentemente imperial de esta alfombra vegetal; así como es una lástima que no se pueda captar en la película el tumultuoso océano de olas orográficas, que el ojo puede apreciar porque puede pasear por, y adaptarse a, los varios detalles del panorama, mas que la cámara fotográfica no puede.