Ya es el mediodía e hicimos bastante cosas; inclusive la peluquera cortó el cabello del conductor; pero sigue lloviendo mucho y con mucho viento. Empero, hay que ir; y vamos.
Acercándonos a la costa; y sigue la lluvia a cántaros y el viento sin amainar.
La costa. Parece que no vamos a disfrutar ni una de las dos cosas que esperábamos.
→→ Por una parte, en el mapa, la carretera parece pegada a la costa, es cierto, pero, fijándose mejor, es obvio que la costa está sumamente indentada y, naturalmente, la carretera en la vida real pasa sólo a lo largo de los fondos de las indentaciones así que, en realidad, no se ve el mar en absoluto, tanto más cuanto que hay una cortina de árboles del lado hacia las indentaciones.
→→ Por otra parte, en cuanto a las langostas, parece que vamos a tener que quedarnos con las ganas no más porque, por lo que hemos visto hasta ahora, parece que no es la temporada para estos crustáceos. ¿Cómo es que no lo sabíamos?
Decidimos alcanzar la punta de uno de los promontorios entre dos indentaciones del mar.
Observando el mar en toda su furia embistiendo las rocas del promontorio. La costa es de granito, con vetas más oscuras de basalto. Las olas se estrellan contra las rocas y se desintegran en trocitos y rocío, llegando, a veces, a alturas realmente sorprendentes. Los trocitos recaen en ponderosa regadera, y el rocío, el viento soplando desde el mar lo lleva a distancias también sorprendentes tierra adentro. En tales circunstancias, no es posible tomar fotografías, y posiblemente sea mejor así porque todo este espectáculo está más bien en el movimiento dinámico que en otra cosa; además, sigue lloviendo a cántaros. Vamos a pasar la noche por aquí y vamos a ver si, mañana, se mejora el tiempo para disfrutar del olaje en condiciones más favorables.
. .
*
▪
Pues sí, hemos pasado la noche en la cercanía del promontorio; el tiempo se ha metamorfoseado: de lluvia, nada, de viento, nada, un hermoso Sol, y un cielo sin nubes.
Hemos vuelto a la cabeza del promontorio; hace bastante rato que estamos observando el mar, y acabamos de presenciar una demostración magistral de que lo que se llama "experiencia" es frecuentemente lo que da una patada en el trasero a quien le falta inteligencia, o espíritu analítico, o previsión; en este caso, observamos lo que es puro sentido común pero en lo que no habíamos pensado antes: a saber que los lugares donde las olas se estrellan mejor van cambiando con la altura de la marea porque, a medida que el mar va subiendo o >>>>>>>>