Nos cruzamos con el hombre que nos sacó de la hondonada, aplanando lentamente con su máquina. Todavía no le pagamos sus servicios por sus dos horas de camino para venir hasta el lugar del accidente, una hora luchando para sacarnos de ahí, y dos horas para volver a su campamento; pero así es la confianza en estas partes, que nos dejó ir y reponernos de las emociones, y le pagaremos a nuestro regreso hacia el sur, cuando lo crucemos otra vez; sí, en estas partes, la gente está todavía tan atrasada y rara que extraños que se cruzan en la carretera se saludan, y si un vehículo está parado, otro, que llega a pasar, se detiene, sin que se le hubiese hecho señal, para preguntar si hace falta alguna ayuda.
Ahora, como viajamos por el trecho de ruta que él recién aplanó, el andar se mejoró.
Cruzamos el famoso río Mackenzie. Lo cruzamos por uno de esos puentes que son pontones de hielo. El cruce estaba tan mal definido que no se sabía muy bien por dónde andar. Por colmo, había neblina, como para aumentar la confusión. El ambiente se podría llamar infierno criócola.
Después del río Mackenzie, la nieve está, otra vez, sin aplanar y pésima. Desde ahora, por razones de seguridad en el andar, no más observaciones al instante.
Bueno, la carretera se mejoró. No tiene nieve. Estamos a unos 60 kilómetros del pueblo de Inuvik.
Otra vez, hay nieve en la carretera. Es de preguntarse el porqué de tales cambios.
La carretera entró en una llamada Reserva de Pastoreo de Renos. Y no hay que imaginarse un prado o dos o tres: es una extensión que podría acomodar toda una variedad de países hasta, digamos, el tamaño de Suiza. Además, un buen tercio de esta extensión, a lo largo del río y del delta Mackenzie, es, al mismo tiempo, un santuario de castores.
Los árboles, de agujas y de hojas, indican a las claras que esta latitud de 68 grados es el límite septentrional de árboles de toda América - por lo raquíticos que son, en su empecinamiento en existir; y sabemos que esta comarca es el punto campeón de todo el límite a lo ancho del continente; por hasta ocho grados de latitud.
La topografía está chata.
El ambiente puede ser interesante por lo desolado que es, pero seguramente no es atractivo en el sentido común de la palabra.
Pasamos, recién, una sección de carretera - cortísima en verdad - donde se lleva a cabo experimentos de aislación de la carretera contra el subsuelo de permafrost, o sea contra el congelamiento permanente del subsuelo.