los lentes, si bien, a primera vista, no tenían desperfectos obvios, habrá que esperar hasta que tomemos unas fotografías y las hagamos revelar, para saber a ciencia cierta cómo están.
Lamentablemente, también fue cuando nos estuvimos dando más y más cuenta de la severidad de los destrozos de carrocería.
Fue esa noche cuando nos pareció casi imposible seguir con la Expedición, porque nos parecía casi imposible arreglar los destrozos. Tuvimos que tapar agujeros y aberturas con tiras de goma, con trapos, con hojas de plástico. Hubo momentos durante la noche cuando nos cruzó por la mente la idea, o la posibilidad, de dejar el coche donde estaba y regresar a una vida más común.
Pero, no. No vamos a ceder. Estamos ahora, con un coche fuera de escuadra en dos sitios, pero sellado contra las intemperies; listos para salir, mañana, de McPherson hacia Inuvik.
Lo normal y natural sería concentrarse, como primera cosa, en el arreglo del coche; pero, para ello, habría que regresar al sur, cuanto menos a Dawson City, y, mientras tanto, llegaría el deshielo y nos imposibilitaría alcanzar Tuktoyaktuk por el océano Artico congelado. Además, el coche, como está, está perfectamente calafateado contre viento y nieve, y mientras no salgamos de estos fríos, problema de filtración no puede haber.
Así que, como si nada, mañana, hacia Inuvik y Tuktoyaktuk. Luego, veremos.
. .
*
▪
Esta mañana, el cielo está bajo y plomizo; inclusive, está nevando y hay viento; no es exactamente el ambiente para levantar los espíritus. Pero, vamos.
El estado del camino oscila entre malo y peor.
Andamos lentamente, naturalmente que con doble transmisión, con cautela, bajo las repetidas advertencias de dramáticas huellas a orilla del camino; pero, esta vez, no dejadas por animales, dejadas por vehículos que se fueron fuera de camino - porque, en esta parte, es una ocurrencia muy común resbalar fuera de control y de camino; solamente que la astucia es salirse de camino donde hay solamente una zanja, y no donde hay todo un barranco, como nos tocó. Hasta ahora, vimos 6 tales huellas de resbalones a la zanja.
Ahora, en 57 kilómetros, llegamos a 18 huellas; y, en 2 ó 3 casos, a más de las huellas, también quedaba el vehículo abandonado, apenas visible debajo de la nieve - lo que nos hace acordar que tuvimos que endurecernos la sensibilidad bastante para dejar el coche solo toda la noche en su hondonada, con el sinfín de cosas de gran valor tanto monetario como práctico que tenemos en él.