a cierta distancia, el primer pensamiento y esfuerzo de Karel fue subir los doce metros, en una nieve de un espesor de quizás 1,2 metro, con una pendiente de quizás 65 grados, para encontrarse en la ruta antes de que pasara el vehículo porque el tráfico en estas partes es un fenómeno muy escaso y precioso que no se puede desperdiciar.
No fue fácil. Fue difícil, muy difícil. Hundiéndose en la nieve, resbalando de vuelta - hasta que la nieve empezó a apisonarse un poco debajo de sus esfuerzos - Karel trataba de arrastrarse por las rodillas y los codos para darle más superficie de soporte a su cuerpo. Lo logró, y su cabeza asomó a la altura de la ruta cuando el otro vehículo ya estaba a pocos metros.
Eran dos paraborígenes. Volvían de cazar, con un caribú en su camioneta. Lanzaron una soga a Božka para facilitarle la trepada. Nos llevaron a Fort McPherson, a solamente unos doce kilómetros. Eran, nos dijeron, dos Takud-Kuchin.
En Fort McPherson, nos encontramos con la ayuda y bajo la protección de la gendarmería de Canadá, la Real Policía Montada de Canadá, que tiene aquí un destacamento. Por suerte, porque no todos los poblados tienen un destacamento.
Como era el Domingo de Pascuas - sí, nosotros siempre acertamos la manera de encontrarnos en el Artico en situaciones de emergencia para las fechas claves del año, con lo que nos pasó en la bahía de Hudson para el primero de enero, y ahora, esto, aquí - el comandante tenía una pequeña fiesta con los dos otros miembros del destacamento y sus respectivas familias.
A pesar de ello, los gendarmes de inmediato fueron de vuelta con nosotros al lugar del vuelco; despejaron la nieve para poder abrir y cerrar una puerta, y, así, cerrar las ventanas; de paso, Karel desconectó las dos baterías, y nos llevamos con nosotros todo el equipo fotográfico, demasiado a mano.
Luego, los gendarmes arreglaron por radioteléfono con un destacamento de la vialidad para que mandaran al día siguiente, a pesar de ser el lunes feriado de Pascuas, una de aquellas gigantescas máquinas aplanadoras viales para rescatar nuestro vehículo de su medio-sepulcro. Y luego nos invitaron a unirnos a su tertulia, y todos nos trataron como si hubiesen sido hermanos y hermanas. Las formalidades burocráticas policíacas podrían esperar hasta el día siguiente. Aprendimos que nuestro vehículo se encontraba en el hielo de un lago congelado.
La noche fue de estoica neutralidad. Nadie se daría cuenta en la obscuridad del coche hundido en la nieve, doce metros debajo de la ruta. Y el coche se veía milagrosamente intacto.
Al día siguiente, a las ocho de la mañana, con 30 grados bajo cero, desde una distancia de dos horas de viaje, ya estaba en posición la raspadora que utilizan por estas partes para el mantenimiento del camino, contra la nieve en >>>>>>>>