pronto podremos adelantar solamente porque nos esperan, cruces de ríos por el propio hielo, y una carretera transitable sólo porque está congelada.
El camino se puso bastante malo y sumamente heterogéneo: hay trechos de tierra seca, llena de hoyos; los hay, cubiertos de hielo, o de nieve resbaladiza o medio derretida; los hay, aflojados por aguas de deshielo en las partes más expuestas al sol.
Estamos subiendo continuamente ahora, hacia el portillo de North Fork Pass.
La vista delante de nosotros es tan espléndida que tuvimos que parar. Al salir del coche, vemos que, detrás de nosotros, otras suntuosidades nos rodean por todos los lados. Estamos en el centro de un gargantuesco circo de belleza. No nos podemos quejar ante la perspectiva de tener que recorrer este camino en sentido inverso porque el panorama, mirando en sentido contrario, será totalmente diferente; y será no como recorrer dos veces la misma ruta, sino recorrer dos rutas diferentes.
Desde hace un rato, estamos divisando, en el fondo de un estrecho cañón que corre más o menos paralelo con la carretera, un torrente de montaña completamente solidificado; pero no está cubierto de nieve y, por lo tanto, su hielo muestra su color turquesa claro en contraste con la blancura de la nieve alrededor.
Mientras tanto, la carretera se ha vuelto otra vez más llevadera. Otra vez, está cubierta de nieve seca y pareja.
Llegamos a un cruce a nivel de la carretera y del río de montaña que, antes, estaba en su cañón, y podemos apreciar a qué punto la superficie de sus aguas heladas se aparta de la horizontal y guarda en forma rígida de hielo lo que sería las ondas naturales del agua en movimiento; son realmente rápidos dormidos.
Y tenemos que cruzarlo por el puro hielo. Algo que, por acá, se llama un puente de hielo. Pero el aspecto de este cruce a nivel, del hielo del río por la ruta, es tan alejado de la noción de un puente y es tan parecido a un pontón que para nosotros, pontón de hielo es.
Salvo unas matas raquíticas, desapareció la vegetación; no hay más ni coníferos ni caducifolios.
Recién paramos otra vez para salir a contemplar tanta belleza, a empaparnos de su majestad; y escuchamos el sonido parejo del viento. Estos parajes no son para golosos; de vez en cuando, se presentan montículos de nieve esculpidos por el viento en forma de enormes conos de crema batida.
A pesar del ambiente severo, no faltan indicios de vida. Podemos admirar, de vez en cuando, hermosos encajes de huellas de perdices de las nieves, como se llama los ptarmiganes/lagópodos, enlazándose de mata en mata en mata.