en total abandono, con largos trechos, ya sea con postes desnudos desprovistos de sus cables; ya sea con cables colgando milagrosamente donde antes había media docena de postes para sostenerlos; ya sea sin cables ni postes; pareciera que cada variante, según la necesidad de algún vecino de cada trecho respectivamente de tener ya sea postes, o cables, o ambos.
De vez en cuando, se ve una bandada de unos minúsculos pajaritos de un gris casi blanco. Observando los cuervos, de los que hay siempre, uno se pregunta por qué la naturaleza, tan pródiga y astuta en el camuflaje y protección por mimetismo de tantas otras especies, dejó a los cuervos destacando su negrura sobre el fondo blanco níveo.
Hace kilómetros y kilómetros que estamos atravesando miles de hectáreas de bosques quemados despiadadamente; en los valles, en las cumbres, en las laderas, un mundo entero quemado. Por lo que hablamos con un lugareño, todo, causado por relámpagos.
Llegamos al deslinde entre la provincia de British Columbia y el territorio de Yukon. Durante una buena distancia, la Alaskana va a correr, ahora, sinuosamente hacia el oeste, o sea que va a cruzar y recruzar el mismo deslinde cuatro veces más antes de internarse en el territorio de Yukon definitivamente, hacia Alaska.
En cuanto a nosotros, a pocos kilómetros de aquí, en Watson Lake, tendremos nuestra primera y penúltima teórica posibilidad de desviar hacia nuestra meta en estos momentos, los hielos del océano Artico. En Watson Lake veremos si esta primera oportunidad es transitable y, si lo es, la tomaremos, para salir un poco de lo trillado.
Hace un rato, notamos que desaparecieron los kilómetros y que estamos otra vez envueltos en las tinieblas medievales de las millas; no sabemos por qué, porque esto también es Canadá, pero la civilización todavía no habrá llegado aquí.
En esta temática, aquellos parajes de 70 Mile, 100 Mile, 150 Mile, House, tienen, a más de su interés lingüístico, el interés - quizás no imborrable, pero que nunca se borrará - de quedar como dinosaurios, vestigios de un mundo de millas muerto, fosilizados en un mundo de kilómetros en plena marcha.
Estamos en el pueblo de Watson Lake.
Como primer impacto, aquí, tienen un desenfado de costumbres rayano en libertinaje, considerando en qué parte del mundo estamos: tienen la casa de la vergüenza - o sea el negocio gubernamental donde se vende vino y licores - no escondido del otro lado de un edificio un poco fuera de la ciudad sino justito en el medio del poblado, compartiendo orgullosamente el mismo edificio con la biblioteca pública, el correo y el cuartel de bomberos. Hay que ver para creer.