origen, como si América hubiese sido otra Asia u otra Africa - no es extraño que toda la llamarada en Sancti Deodati con respecto al nombramiento de América se haya vuelto, urbi et orbi, como un extraordinario tesoro arqueológico; que existe, pero que no existe porque nadie sabe que existe. Como si nunca hubiese existido. La nada.
Lo que no quiere decir que fue el fin de los acontecimientos.
Porque, así como sucede con tesoros arqueológicos, la nada duró siglos, pero no duró una eternidad. En este caso, tres siglos de nada; del siglo XVI hasta el siglo XIX.
Hasta 1828, y especialmente 1837. Cuando, en 1828, por obra del investigador histórico Washington Irving, en la nada imperante explotó El Escándalo, y, de 1837 en adelante, por obra del multifacético Alexander von Humboldt, se propagó a todos los vientos El Escándalo. ¡Cómo! ¿¡América - descubierta por el glorioso, inspirado, Almirante de la Mar Océana, Cristóbal Colón - nombrada en honor de ese impostor, falso navegante, usurpador de títulos, Vespucci!? ¿¡Y nombrada en ese caserío perdido a centenares de kilómetros tierra adentro, Saint-Dié!?
Así fue que, después de tres siglos de olvido, Saint-Dié descubre, en repentino y enceguecedor relámpago, que era, sin saberlo, el lugar de bautismo de América. Crisis de orgullo; bien natural, es fácil aceptar. Y Saint-Dié se afiebra en exhumar, en cualquier parte donde pudiera haber algún vestigio abandonado, todo cuanto pudiera haber milagrosamente sobrevivido después de siglos de guerras e incendios, para reconstituir los detalles, las circunstancias, de tan magno, glorioso, acontecimiento.
Y con eso es que empieza a juntarse nuestra tempestad en sentido figurado.
Parece ser que fue en oportunidad de aquella efervescencia que, en 1894, Vespuccia pegó un salto rapiñoso para aprovechar las circunstancias revueltas y dar cartas de legitimidad a su usurpación, en su beneficio exclusivo, de la herencia perteneciendo, en realidad, a todo el continente, el nombre "América": intrometiéndose en Saint-Dié por intermedio de un Secretario de su Embajada en París, urdiendo un tejido de confusión para descarriar a la opinión pública y, en la ignorancia por ésta de los hechos reales, hacerle creer que no había sido América, el continente legítimo, sino que había sido América, el país usurpador (o sea nuestra Vespuccia) que había sido bautizada en Saint-Dié, en 1507.
Y, naturalmente, la pequeña ciudad provincial, psicológicamente desequilibrada por su nueva gloria, se dejó emborrachar por la deslumbrante honra de ser cortejada por tan poderoso - y rico - magnate mundial, y se dejó llevar a hacer lo que el usurpador quería, incluso a reconocerlo a él, el país usurpador entre Canadá y los Estados Unidos Mexicanos - e implícitamente a rechazar al continente de Colón y Vespucci - como el destinatario y beneficiario y propietario de la denominación "América".