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en el aspecto arquitectural - callejero sería una palabra suficiente - que es tan falto de gracia y de personalidad como en todas las ciudades vespuccianas grandes que vimos hasta ahora, salvo que, en Seattle, no vimos barrios abandonados, decaídos, vandalizados, como en Chicago y en Detroit por ejemplo. En verdad, juzgando por lo que vimos, los Negros de esta ciudad deben de ser los más de clase media que hemos visto jamás hasta ahora: no vimos ninguno decaído, o vago.

Seattle también tiene una atracción muy original para aquellos que gustan de arqueología todavía fresca. Resulta que, en el siglo pasado, a principios de la existencia de esta ciudad, sus primeros habitantes se encontraron con problemas de barro, inundaciones, desagües deficientes, por lo que empezaron a rellenar y levantar las calles de las pocas manzanas del Seattle de entonces hasta cubrir, pero sin rellenar, las construcciones de entonces, empezando así a establecer calles y levantar edificios en el nuevo nivel, más elevado; de manera que las manzanas viejas quedaron literalmente enterradas y olvidadas, hasta que alguien descubrió los vacíos dejados debajo de los rellenos; y ahora, como gran atracción turística, se puede visitar unas cuatro ex-cuadras, con el interior de los ex-negocios preservados.

El nombre Seattle es el apellido, Siatl, escrito en la contorsionada manera angla, del último cacique de la última tribu de paraborígenes de esta zona antes de su aniquilación por los Blancos.  Los restos mortales del cacique tampoco fueron olvidados y descansan en una reserva "india" del otro lado del seno Puget.

Estamos viajando hacia la parte de este corredor urbano llamada Everett, donde vamos a visitar la fábrica de aviones Boeing.

Nos sorprende ver cordones de sierras no solamente a nuestra derecha sino también a la izquierda, hacia el seno, hacia el Pacífico, y, en verdad, más macizos y más nevados hacia el océano que tierra adentro. Fijándonos en un mapa, vemos sin embargo que no hay por qué sorprenderse porque, si bien tenemos el continente a nuestra derecha, a la izquierda hay, más allá de los brazos de mar, y antes del océano abierto, la gran península del cerro Olympus de de casi 2.400 metros de altitud, y de otros cerros adyacentes.

Uno no puede mirar el mapa sin tropezar a cada rato con topónimos españoles: Rosario, Orcas, López, Angeles, Sucia, y otros.

Inesperadamente, el mapa también nos hace tomar consciencia de que estamos a la altura del descubrimiento por los Españoles que probablemente más desazón les dio - porque debe de ser cruel descubrir algo fabuloso y no poder aprovecharlo, al contrario, tener que guardarlo herméticamente secreto. Estamos a la altura del estrecho de Juan de Fuca, descubierto alrededor de 1590 por el Griego al servicio de España Apostolos Valerianos, estrecho que, en la época del descubrimiento, los Españoles creyeron que podría ser la parte poniente del putativo estrecho de Anian que, por aquel entonces, se especulaba que atravesaba América de océano a océano, posiblemente justamente por estas latitudes.