El labrador del paralelismo. La princesa checa Libuše, obligada a tomar marido, decidió tomar el primer hombre cerca del cual su caballo se pararía. Resultó ser el labrador Přemysl. Este clavó su bastón en el campo donde se encontraba y siguió a la princesa o, mejor dicho, se dejó llevar protocolarmente a la corte de la princesa. Eventualmente, el palo echó raíces y creció como un tilo, el árbol sagrado de los Eslavos.
El santo del paralelismo. San Pedro de Alcántara, en la huerta de su monasterio de la Purísima Concepción del Palancar, al enterarse de que se consideraba nombrarlo obispo, de pura contrariedad clavó en el suelo el palo que por casualidad tenía en la mano, diciendo que primero ese palo crecería en higuera antes de que él aceptaría ser obispo. Y el palo echó raíces y le crecieron hojas de higuera.
╠╠ Entre tantas observaciones fuera de normalidad, felizmente también nos encontramos frente a frente con un radiante símbolo de nuestra razón por haber incluído Chequia en la Expedición como trampolín intelectual (cuando todavía no conocíamos todas las otras razones que ahora conocemos), nos encontramos con el bulbo, mejor dicho los varios bulbos, de una iglesia cristiana ortodoxa, a la vez hermana de la Catedral de la Anunciación en la Fortaleza, o sea el Kremlín, de Moscú, y homóloga de la iglesia ortodoxa rusa que vimos en Alaska, uno de los vestigios de la presencia rusa en América - en Alaska, y hasta San Francisco de Alta California.
Salvo el parentesco del campanario panzudo, las tres iglesias no pueden ser más contrastantes: la iglesia en Alaska, con toda la sólida rusticidad de troncos desbastados; esta iglesia, en Karlovy Vary, como aquella en Moscú, con la urbana opulencia de curvas doradas resplandeciendo en el sol.
Las curvas de Karlovy Vary
Hablando de Rusia, ¿nosotros qué, con Rusia, por lo de Alaska?
Si bien ya llegamos claramente a la conclusión de que, en contra de nuestro deseo original, ni conviene, ni vale la pena, ir a Rusia -
1) no conviene por todas las advertencias que recibimos (si bien, en América, recibimos advertencias siniestras también, y las sobrevivimos); no conviene por la valla infranqueable de papelerío (si bien, en América, vencimos algunas vallas burocráticas bastante formidables también); y
2) no vale la pena porque la capital rusa del tiempo de la llegada rusa a América, Sanct Peterburg, es probablemente la ciudad menos rusa de Rusia - decidimos, a pesar de todo, ir olfateando nuestro camino hacia el interior de las tierras eslavas, sin saber qué esperar; no damos con el genio.
Y es lo que vamos a hacer mañana.
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