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Los grupos de rascanubes, en las partes superiores de las lomas, y las construcciones más bajas, en los bajos entre las lomas, crean un curioso contraste entre lomas encrestadas y bajos aplastados. Las inevitables marañas de autopistas de acceso, a veces, se elevan sobre sus pilares a alturas inusitadas encima del terreno y, a veces, se alejan de la horizontal también de manera inusitada. También, debido a dicha configuración, muchas veces se ve, desde arriba, grandes trechos de las autopistas entrecruzándose, con el hormigueo de coches siguiendo cada cual su carril, pareciéndose el conjunto a un juguete en una vidriera para gigantes.

Hubiese sido lindo tomar un par de fotografías características, pero, como ya nos pasó en oportunidades anteriores, estamos encarcelados en estas franjas de cemento, y no hay manera de detenerse para tomarlas.

Otros ingredientes que agregan al interés visual de la ciudad son, por una parte, los brazos de agua de varios tamaños que, a veces, se ve cortándola, y por otra parte, las sierras que, a veces, se ve adornando sus horizontes.

Incidentalmente, estas sierras seguramente también servirán de contaminómetro; y basándose en su claridad bastante aceptable, hoy debe de haber muy poca contaminación, por lo menos contaminación visible.

Los brazos de agua traen a cuento los puentes flotantes de esta ciudad; hay dos tales puentes, y uno de ellos es el más largo puente flotante de la Tierra, con 2,27 kilómetros; ahora que hay que decir que, para el que no sabe, los puentes no parecen más flotantes que un bloque de cemento; pero si así se dice, así debe de ser; lo cierto es que la calzada de los puentes se encuentra a ras de agua, y, salvo que uno se sumerja, no hay manera de saber si hay pilares justo de la profundidad del agua o si hay sistemas de flotadores.



Seattle y su puente

Tuvimos la suerte de encontrar un punto de observación ideal de uno de los puentes, desde la parte alta de una loma, justo con los últimos rayos del Sol poniente. Vamos a pasar la noche aquí no más, dominando el puente, en una calle que, esperamos, resultará tranquila.

Mañana, saldremos otra vez hacia el norte y, si Dios quiere, pasado mañana - o a lo más tardar el día siguiente - estaremos en British Columbia.

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Lamentablemente, esta mañana, después de haber visitado el centro, uno se enfrenta con la realidad de que el aspecto general agradable no se repercute >>>>>>>>