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Como tantas veces, un paso lleva a otro. Ya que estamos yendo a Madrid, por qué no aprovechar que el trayecto nos llevará por no muy lejos de los toros ibéricos al oeste de Madrid, y verlos.  Dicho, hecho, vamos.

Toros llamados de Guisando, si bien en jurisdicción de El Tiemblo. Cuatro de ellos.  Muy bien hicimos en venir.



Las cuatro bestias

De exactamente la misma filosofía morfológica y las mismas proporciones que el toro de Toro, o sea como ciertos toros galardonados que se ve en concursos ganaderos, hinchados paralelepípedos de majestad carnuda, de aristas redondeadas, pesando ponderosamente sobre cuatro patas tan cortas que más sirven para sostener que para caminar.

Pero aquí, en dos de las estatuas, con detalles todavía no completamente pelados por los milenios, detalles que ya están totalmente ausentes en el toro de Toro; detalles que obligan a no considerar el toro de Toro, y los dos toros restantes aquí, en su estado presente, como exponentes literales del arte ibérico de entonces, sino más bien a descubrir un merecido respeto para un arte que quién sabe qué poder de expresión tenía cuando nuevito.

Por ejemplo, aquí se ve claramente que esos toros originalmente tenían cuernos - todavía quedan alvéolos donde plantar cuernos, acaso verdaderos, acaso de madera; y que tenían ojos - todavía quedan cuencas donde implantar alguna piedra apropiada, a la manera de los ojos de obsidiana que vimos en esculturas precolonenses en América; y que tenían apropiados pliegues en la piel, según quedan todavía en ciertos sitios.

Y hay que ver, si bien puede parecer infantilismo o sacrilegio hacerlo, plantando trozos de ramas en los alvéolos a manera de cuernos, implantando bolas de celofán aluminizado arrugado en las cuencas a manera de ojos, y poniéndoles una cadena alrededor del cogote, como hicimos, con todo cuidado para no dañarlos, qué vida cobran esos toros.



De los cuatro, es el segundo desde la derecha

Por otra parte, entre las piedras desparramadas por el sitio, vimos una, apenas aflorando de la tierra, con una versión, en tamaño reducido al pequeño tamaño de la piedra, de una canaleta raspada, entallada, en forma de rectángulo periferal - por lo que valga.

Todo esto fue muy interesante, pero mayor golpe de sorpresa recibimos apenas llegamos a la vecindad del sitio, y antes incluso de haber ubicado exactamente los cuatro toros en su dehesa. Ahí, en el medio de los campos, sin ningún indicio para prepararnos, nos esperaba ... Isabel. Sí, Isabel la Católica. Una cosa es conocer su notable modalidad andariega de gobernar, yendo incansablemente de ciudad en pueblo, de pueblo en ciudad, otra cosa es encontrarla entre un cerco de piedra y un alambrado de púa. Una inscripción, tallada en un paredón conmemorativo, lo explica todo: