denominación por un idioma no-inglés de una etnia no-inglesa; por qué no Taínos, Tainenses, Taienses, Tainecos, Taitecos, Taieses, Taianos, Taienos, Taieños, Taieros, Tailegos, Taitas - tantas desinencias castellanas, un derroche de elección, en vez del ininventivo, alóctono, land; no, Taínos no puede ser porque se confundiría con los paraborígenes Taínos del Caribe genocidados por los Españoles; entonces, cualquiera de los demás; el primero de todos, Tainenses.
Volviendo al tema - en el alud de turistas, que abarca desde Tainenses a Rusos, hubo tantos grupos germanófonos, que nos sirvió para agudizar nuestro oído al idioma alemán para cuando crucemos Austria y/o Alemania hacia la parte eslava de Europa.
La avalancha
Es de boca de un guía germanófono que escuchamos la siguiente diferencia entre ambientación católica y ambientación islámica: la ambientación católica, con todas sus estatuas, ofrece - lo que, en la práctica, significa impone - una representación, de lo o quién que fuese; mientras que la ambientación islámica favorece, pero sin guiarla, la imaginación, en el sentido no trillado de la palabra, o sea la creación mental de imágenes.
La entrada
o)(o Nuestro tercer enriquecimiento en Córdoba fue los dos encuentros con Colón.
En 1485, Colón logró aquí su primer contacto con la Corte - lo que no significa con los Reyes. Por lo menos, el contador mayor del agotado tesoro real escuchó con agrado la propuesta de una expedición con el trasfondo de oro surtiendo y rellenando las vacías arcas reales. Pero nada concreto ocurrió. Había que hablar con los soberanos.
En 1487, Colón otra vez andaba por aquí, siguiendo - hay quien diría, creemos que él mismo lo dijo alguna vez, persiguiendo - la Corte.
Entonces fue que se arrimó con Beatriz Enriquez de Arana, con la cual tuvo su segundo hijo, Hernando, quien se volvería también su biógrafo.
Nuestros cuarto y quinto enriquecimientos en Córdoba nada tienen que ver con nuestra Expedición, pero no pudimos resistir.
o)(o Cuarto. Córdoba, aun antes de ver las magníficas cohortes del imperialismo romano, vio pasar un inverosímil ejército, provisto de las más formidables armas secretas de la época: por aquí pasó el Cartaginense Aníbal con sus elefantes de guerra en camino hacia Roma. Hay que imaginarse esa multitud de paquidérmica lentitud, arrancada de su terruño nativo, adiestrada en las artes marciales, embarcada en la costa africana, debarcada en la costa europea, encaminándose por toda la altura de Iberia, por todo el ancho desde los Pirineos a los Alpes, y por todo lo que se podría desde los Alpes hacia el sur - y Roma. Y qué cara habrán puesto los Romanos.