una criada mora de la reina, malevolencia empero no debida a cuestiones políticas o religiosas sino a la muerte del amante, cristiano, de la moza.
De todos modos, los Reyes decidieron sacar bien del mal, y como señal aún mayor de confiada determinación de ganar la confrontación, decidieron levantar toda una ciudad, ciudad fortificada a la manera castrense por cierto, de piedras y ladrillos, a sólo un kilómetro al oeste del ex-campamento, por lo bueno y estratégico que era el lugar. Así se hizo con la celerísima ayuda de decenas de albañiles y carpinteros mandados desde otras comarcas.
Así llegó a existir, en la segunda mitad de 1491, de la nada, esta Cibdat de Sancta Fee.
Así, hoy, se puede estar parado en la plaza central, mirar por las cuatro calles en cruz, e imaginarse; imaginarse, en vez de las torres de aparatosidad que, hoy, marcan las salidas, los fortines que controlaban la comunicación con el exterior, mejor dicho desde el exterior; imaginarse la muralla sellando el perímetro, de fortín a fortín; imaginarse sus almenas, sus torres; e imaginarse, en los campos devastados por las escaramuzas y planificadas destrucciones, 70.000 infantes, 14.000 jinetes con sus caballos, 4.000 caballos de recambio, 12.000 lanceros, 35.000 taladores, y 80.000 bestias de carga; imaginarse, muy fácilmente, volviendo, ahora, la mirada física a la plaza misma, en la esquina donde hoy está la casa parroquial, la Casa Real.
Así llegaron a ser vencidos los Moros; así llegó a ser considerado concretamente el cruce del Atlántico hacia la India (o hacia lo que fuese, tenemos que repetir nosotros en base a materiales que ya mencionamos en partes anteriores de la Expedición); y así llegaron a caminar por esta plaza, y a reunirse en este solar de la esquina, la Reyna, el Rey y el Nauta a firmar su convenio.
Y qué firma. Y qué convenio.
Sería natural tomar por inevitablemente implícito que - después de tantos años, de contactos, de súplicas por Colón, de audiencias por los Reyes, de recomendaciones y respaldo por unos, de críticas y rechazo por otros, y con una benévola aprobación final de la teoría de llegar a la India por el Atlántico - la firma de un convenio de oficialización o - para resguardar la majestad real - de una merced, de una orden, sería de cómodo formalismo.
Pero no así.
Es que Colón/¿Zarco? exigía títulos, de Almirante de la Mar Océana, de Virrey, y de Gobernador-con-poderes-jurisdiccionales de las tierras por descubrir, el diez por ciento de las riquezas que se hallasen, tratamiento de Don, y ... el derecho de llevar espuelas doradas. Todo ello, hereditario. Y como los Reyes no se lo querían conceder todo, en particular no lo de Virrey, Colón abandonó Sancta Fee. Un mensajero de la Reina eventualmente lo alcanzó pidiéndole que regresara.